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27 de agosto de 2018

La flecha de la evolución no es el ser humano, sino la Vida 2018-05-18. Leonardo Boff



Imagen: "Un hermoso amanecer". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores


En la comprensión de los grandes cosmólogos que estudian el proceso de la cosmogénesis y de la biogénesis, la culminación de este proceso no se realiza en el ser humano. La gran emergencia es la vida en su inmensa diversidad y aquello que le pertenece esencialmente que es el cuidado. Sin el cuidado necesario ninguna forma de vida subsistirá (cf. Boff, L., El cuidado necesario, 2012).

Es imperioso enfatizar que la culminación del proceso cosmogénico no se concreta en el antropocentrismo, como si el ser humano fuese el centro de todo, y los demás seres sólo tuvieran significado cuando se ordenan a él y a su uso y disfrute. El mayor evento de la evolución es la irrupción de la Vida en todas sus formas, también en la forma humana.

Los biólogos describen las condiciones dentro de las cuales surgió la Vida, a partir de un alto grado de complejidad, y cómo cuando esta complejidad se encuentra fuera de su equilibrio, impera el caos. Pero el caos no es sólo caótico; es también generativo. Genera nuevos órdenes y otras varias complejidades.

Los científicos no saben definir lo que es la Vida. Ella es la emergencia más sorprendente y misteriosa de todo el proceso cosmogénico. La vida humana es un subcapítulo del capítulo de la Vida. Es necesario enfatizar: la centralidad le corresponde a la Vida. A ella se ordena la infraestructura físico-química y ecológica de la evolución, que permite la inmensa biodiversidad, y dentro de ella, la vida humana, consciente, hablante y cuidante.

La vida es entendida aquí como autoorganización de la materia en altísimo grado de interacción con el universo y con todo lo que la rodea. Cosmólogos y biólogos sostienen la vida como la suprema expresión de la “Fuente Originaria de todo ser”, que para nosotros es otro nombre, el más adecuado, para Dios. La Vida no viene de afuera, sino que emerge del núcleo del proceso cosmogónico mismo, al alcanzar un altísimo grado de complejidad.

El premio Nobel de biología, Christian de Duve, llega a afirmar que cuando ocurre tal nivel de complejidad en cualquier lugar del universo, la vida emerge como imperativo cósmico (Polvo vital, 1997). En ese sentido el universo está repleto de vida.

La vida muestra una unidad sagrada en la diversidad de sus manifestaciones, pues todos los seres vivos portan el mismo código genético de base, que son los 20 aminoácidos y las cuatro bases fosfatadas, lo que nos hace a todos los seres vivos parientes unos de otros. Cuidar de la Vida, hacer que se expanda, entrar en comunión y sinergia con toda la cadena de vida y celebrar la Vida: es el sentido de vivir de los seres humanos sobre la Tierra, entendida también como Gaia, superorganismo vivo, y nosotros, los humanos, como la porción de Gaia que siente, piensa, ama, habla y venera.

La centralidad de la Vida implica en concreto asegurar los medios de vida como: alimentación, salud, trabajo, vivienda, seguridad, educación y ocio. Si extendiésemos a toda la humanidad los avances de la tecnociencia ya alcanzados, tendríamos los medios para que todos gozasen de los servicios de calidad a los que solamente sectores privilegiados y opulentos tienen acceso hoy.

Hasta ahora el saber ha sido entendido como poder al servicio de la acumulación de individuos o de grupos que crean desigualdades, por lo tanto, al servicio del sistema imperante, injusto e inhumano. Postulamos un poder al servicio de la Vida y de los cambios necesarios exigidos por ella. ¿Por qué no hacer una moratoria de la investigación y de la invención, a favor de la democratización del saber y de las invenciones ya acumuladas por la civilización, para beneficiar a los millones y millones desposeídos de la humanidad?

Este es el gran desafío para el siglo XXI. O nos autodestruimos, pues hemos construido ya los medios para ello, o empezamos finalmente a crear una sociedad verdaderamente justa y fraternal, junto con toda la Comunidad de la Vida.
                
                                         Leonardo Boff

26 de agosto de 2018

Varón y mujer: Igualdad y subordinación. Contradicciones del cristianismo de Leonardo Boff




Imagen: "Iracema". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores.

Varón y mujer: Igualdad y subordinación. Contradicciones del cristianismo. Leonardo Boff

  El cristianismo originario fundado en las prácticas de Jesús y posteriormente de Pablo de Tarso había instaurado una ruptura en la línea de la igualdad de género. Pero no se sostuvo. Sucumbió a la cultura dominante predominantemente machista que subordinaba la mujer al varón. Cualquier motivo fútil permitía el divorcio, dejando a la mujer desamparada.

El propio apóstol Pablo, contradiciendo el principio de igualdad, bien formulado por él (Gal 3,28), podía decir de acuerdo al código patriarcal: "el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón; ni el varón fue creado para la mujer, sino la mujer para el varón; debe, pues, la mujer usar el signo de su sumisión (el uso del velo: 1Cor 11,10).

Estos textos, que algunos estudiosos consideran inserciones posteriores a Pablo, serán blandidos a lo largo de los siglos contra la liberación de las mujeres, de forma que el cristianismo histórico -principalmente la jerarquía romano-católica, no tanto los laicos-, se constituyó en un bastión de conservadurismo y de patriarcalismo. 

Ese cristianismo histórico no vivió proféticamente su propia verdad, ni rescató en su nombre la memoria libertaria de sus orígenes, ni cuestionó la cultura dominante. Al contrario, se dejó asimilar por esa cultura dominante, e incluso creó un discurso ideológico para su naturalización y su legitimación, hasta los días actuales, al menos a nivel de los discursos papales, en contra de lo que los teólogos y teólogas enseñan desde hace mucho tiempo. 

Bien decía una feminista alemana M. Winternitz: "La mujer siempre ha sido la mejor amiga de la religión; la religión, sin embargo, jamás ha sido amiga de la mujer".
A esa ideologización de trasfondo bíblico-teológico se añadió otra de orden biológico. Se admitía antiguamente que el principio activo en el proceso de generación de una nueva vida dependía totalmente del principio masculino. 

Se planteaba, entonces, la cuestión: si todo depende del varón, ¿por qué entonces nacen mujeres y no sólo varones? La respuesta, tenida como científica por los medievales, era la de que la mujer es una desviación y una aberración del único sexo masculino. 

En razón de ello, Tomás de Aquino, repitiendo a Aristóteles, consideraba a la mujer como un mas occasionatus (un varón a medio camino), mero receptáculo pasivo de la fuerza generativa única del varón (Summa Theologica I, q. 92, a. 1 ad 4). Y todavía argumentaba: "La mujer necesita del varón no sólo para engendrar, como hacen los animales, sino también para gobernar, porque el varón es más perfecto por su razón y más fuerte por su virtud" (Summa contra Gentiles, III, 123).
Tales discriminaciones, aunque sobre otras bases, ahora psicológicas, resuenan modernamente, para perplejidad general, en los textos de Freud y de Lacan. Con razón se dice que la mujer es la última colonia que todavía no ha logrado su liberación (M. Mies, Woman, the Last Colony, Londres, Zed Books 1988).

El sueño igualitario de los orígenes sobrevivirá en grupos de cristianos marginales, o entre los considerados herejes (Shakers de Inglaterra), o será, si no, proyectado para la escatología, al término de la historia humana. Hubo que esperar a los movimientos libertarios feministas europeos y norteamericanos, a partir de 1830, para hacer valer el antiguo sueño cristiano. 

A la luz de los ideales de la Ilustración que afirmaban la igualdad original y natural entre hombres y mujeres, Sarah Grimké podría escribir sus Cartas sobre la igualdad de los sexos y la condición de la Mujer (1836-1837), inspiradas en los textos bíblicos libertadores, y en 1848, en Séneca Falls, Nueva York, las líderes cristianas feministas pudieron formular la Declaración de los Derechos de la Mujer, calcada de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y por fin comenzar a publicar en 1859 la Biblia de la Mujer en Seattle.

A partir de entonces se formó la irrefrenable ola del feminismo y del ecofeminismo modernos, movimientos seguramente de los más importantes para el cuestionamiento de la cultura patriarcal en las Iglesias y en las sociedades, y que representan un nuevo paradigma civilizacional.

Es importante resaltar que del grupo de feministas nos vino una de las críticas más severas al paradigma racionalista de la modernidad y la introducción de la categoría "cuidado" en la discusión de la ética, centrada tradicionalmente en la justicia. El eco-feminismo representa una de las grandes corrientes de la reflexión ecológica actual, que refuerza el nuevo paradigma relacional.

20/04/18

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