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29 de diciembre de 2017

ECOFEMINISMO: La respuesta feminista a los problemas ambientales. Recopilado por Ana Luisa Muñoz Flores





    Imagen: "Mariposa en flor". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores

¿Qué es y cómo surgió el ecofeminismo? Y más importante, ¿qué propone?




El pensamiento feminista y las preocupaciones ecologistas tuvieron su más grande encuentro en los años setenta, al analizar desde perspectivas confluyentes el problema de la superpoblación mundial. En 1974, la escritora y feminista francesa Françoise d’Eaubonne acuñó por primera vez el término ecofeminismo para referirse a la intersección entre estos dos movimientos y el pacifismo. 

Ésta ha seguido desde entonces distintas tendencias, teniendo todas en común la añadidura de la perspectiva de género a las gestas por un medio ambiente sano. El ecofeminismo se ha caracterizado por perseguir la reivindicación del Derecho al Medio Ambiente Sano desde una perspectiva que identifica a las mujeres como un grupo vulnerado con respecto al ejercicio de este derecho.
El término ecofeminismo se extendió por el mundo en el marco de numerosas protestas en contra de la destrucción del medio ambiente, llevadas a cabo como respuesta ante distintos desastres. En marzo de 1980 se llevó a cabo una de las primeras y más grandes manifestaciones de este movimiento; durante la Conferencia Mujeres y Vida en la Tierra, sobre el ecofeminismo en la época, se analizaron sus diversos postulados con respecto a la militarización y la globalización. 

“Pensamos que la devastación de la Tierra y de los seres que la pueblan por obra de las huestes empresariales y la amenaza de la aniquilación nuclear por obra de las huestes militares son preocupaciones feministas. Son manifestaciones de la misma mentalidad masculinista que pretendía negarnos el derecho a nuestro cuerpo y a nuestra sexualidad y que se apoya en múltiples sistemas de dominación y de poder estatal para imponerse”, fue uno los postulados de Ynestra King, organizadora de la Conferencia.
Las teorías ecofeministas se han desarrollado bajo la premisa de que las demandas feministas y las ecologistas pueden llegar a ser coincidentes en cuanto a que luchan contra dos formas similares de opresión. Situación que no implica que todas las mujeres sean ecologistas ni que el ecologismo tenga por sí mismo una perspectiva de género. El ecofeminismo no concibe a las mujeres como inherentemente ligadas a la naturaleza por razones biológicas. 

Es decir, no establece una relación directa entre el sexo y la comprensión de los problemas ambientales. Sin embargo, sí propone una conexión directa entre la proximidad con la ecología y los roles de género asignados. La diferencia es sustancial para el ecofeminismo. Mientras que la primera proposición se trata de un axioma que se pretende derrocar, la segunda representa uno de los ejes centrales de las teorías ecofeministas.
Una de los primeros criterios que la humanidad utilizó para dividirse a sí misma en grupos tenía base en el sexo biológico. A partir de una distinción evidente, que se realiza a través del reconocimiento de datos corporales genitales, nos hemos clasificado como machos o hembras de una especie. Esta clasificación alude a funciones potenciales de reproducción específicas y no prevé la existencia de otras condiciones, tales como la intersexualidad. A partir del sexo biológico, de manera diferenciada, las sociedades han asignado a las personas un conjunto de características sociales, culturales, políticas, psicológicas, jurídicas y económicas.
El género es entendido como este grupo de características que, según la experta mexicana en estudios de género Marta Lamas, funcionan tanto como un “filtro cultural con el que interpretamos al mundo” tanto como “una especie de armadura con la que constreñimos nuestra vida”. Las diferencias derivadas de éste se manifiestan mediante los papeles que cada persona desempeña en la sociedad: reproductivo, productivo y de gestión comunitaria. Cada sociedad asigna a cada género (masculino o femenino) distintas tareas, obligaciones y cualidades. Así como, de manera frecuente, asigna relaciones de poder, subordinación o dominación. Las características sexuales, datos biológicos evidentes, se abstraen y llevan a otros ámbitos de la sociedad, la política, las religiones y las cotidianidades.
El ecofeminismo plantea que la atribución de características tales como la fortaleza, la sensibilidad y la inteligencia, entre otras, a uno u otro sexo no es un proceso natural e inevitable. Por el contrario, se plantea que es un producto social que ha ocurrido de manera subjetiva a lo largo de la historia. La naturaleza sería entonces más próxima a las mujeres debido a la asignación de roles en la gestión de los recursos, así como el cuidado de las plantas y los animales, y no por un factor biológico. Dicha cercanía provocaría también que los problemas que afecten a la naturaleza serían entendidos en mayor grado por las personas del género femenino.
Ecología y feminismo en los países en vías de desarrollo
Según Alicia Puleo, directora de la Cátedra de Estudios de Género de la Universidad de Valladolid, “estamos asistiendo el comienzo del fin de la Naturaleza. Ya no resulta fácil a los medios de comunicación disimular, como hasta ahora, la conexión existente entre diversas catástrofes naturales que no son sino manifestaciones de un cambio climático global de consecuencias insospechadas”. En contraste, el ecologismo ha visto su avance mermado por distintos obstáculos políticos y económicos. Su progreso se ha dado con mayor fuerza en los países en vías de desarrollo, en donde también se ha encontrado con el impulso del feminismo. Para Puleo, el encuentro de estos dos pensamientos críticos es tan inevitable como su desarrollo. “Sólo la ignorancia o la adopción de una actitud tecno-entusiasta ciega puede hoy en día hacer que miremos hacia otro lado cuando los signos de peligro son tan claros”, ha comentado la investigadora en la publicación El Ecologista.
La coexistencia de ambos movimientos no se deduce de una relación innata, sino de una necesidad de diálogo entre sus argumentos. Asimismo, se trata de la confluencia de factores geográficos y socioeconómicos que han servido, al unísono, como semillero para ambos pensamientos. “Las mujeres pobres del Tercer Mundo son las primeras víctimas de la destrucción del medio natural llevada a cabo para producir objetos suntuarios que se vendan en el Primer Mundo. El nivel de vida de los países ricos no es exportable a todo el mundo”, plantea Puleo. Con particular impacto, las mujeres rurales de países africanos y asiáticos que viven en economías de subsistencia han visto su calidad de vida disminuir debido a la explotación del ambiente causada por el mercado internacional.
El ecofeminismo ofrece una respuesta ante las violaciones a los Derechos a la Salud y al Medio Ambiente Sano que las mujeres padecen de manera diferenciada. Establece un paralelismo entre la explotación indiscriminada de la naturaleza y la histórica subordinación que las mujeres han enfrentado a lo largo de la historia. El desarrollo del ecofeminismo sigue siendo un reto para los movimientos feministas y ecologistas en nuestro país. Así como la toma de acciones concretas en materia de los Derechos a la Salud y al Medio Ambiente Sano sigue siendo materia pendiente al Estado Mexicano. Las acciones que el Gobierno Federal y los movimientos tomarán con respecto a estos temas están aún por conocerse. Iconofinaltexto copy
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David Alexir Ledesma Feregrino


LOS ANIMALES PORTADORES DE DERECHOS. Ana Luisa Muñoz Flores





    Imagen: "Maravilla". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores


Los animales, portadores de derechos

2017-11-14. Leonardo Boff


 La aceptación o no de la dignidad de los animales depende del paradigma (visión del mundo y valores) que cada cual asume. Hay dos paradigmas que vienen de la más remota antigüedad y perduran hasta hoy.

El primero entiende al ser humano como parte de la naturaleza y, junto a ella, un convidado más a participar en la inmensa comunidad de vida que existe hace ya 3,8 mil millones de años. Cuando la Tierra estaba prácticamente terminada con toda su biodiversidad irrumpimos nosotros en el escenario de la evolución como un miembro más de la naturaleza. 

Ciertamente dotados con una singularidad, la de tener la capacidad de sentir, pensar, amar y cuidar. Esto no nos da el derecho de juzgarnos dueños de esa realidad que nos antecedió y que creó las condiciones para que surgiésemos nosotros. La culminación de la evolución se dio con el surgimiento de la vida, no con el ser humano. La vida humana es un subcapítulo del capítulo mayor de la vida.

El segundo paradigma parte de que el ser humano es el ápice de la evolución y todas las cosas están a su disposición para dominarlas y poder usarlas como bien le plazca. Olvida que para surgir necesitó de todos los factores naturales anteriores a él. El ser humano se juntó a lo que ya existía, no se colocó por encima.

Las dos posiciones tienen representantes en todos los siglos, con comportamientos muy diferentes entre sí. La primera posición encuentra sus mejores representantes en Oriente, con el budismo y en las religiones de la India. 

Entre nosotros, además de Bentham, Schopenhauer y Schweitzer, su mayor impulsor fue Francisco de Asís, considerado por el Papa Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de la Casa Común” como alguien «que vivía una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo… ejemplo de una ecología integral» (n. 10). Pero este comportamiento tierno y fraterno de fusión con la naturaleza no fue el que prevaleció.

El segundo paradigma, el ser humano “maestro y propietario de la naturaleza”, al decir de Descartes, se hizo hegemónico. Ve la naturaleza desde afuera, no sintiéndose parte de ella sino su señor. Está en la raíz del antropocentrismo moderno. 

El ser humano dominó la naturaleza, sometió pueblos y explotó todos los recursos posibles de la Tierra, hasta el punto de alcanzar hoy una situación crítica de falta de sostenibilidad. Sus representantes son los padres fundadores del paradigma moderno como Newton, Francis Bacon y otros, así como el industrialismo contemporáneo que trata la naturaleza como una mera exposición de recursos con vistas al enriquecimiento.

El primer paradigma –el ser humano es parte de la naturaleza– vive una relación fraterna y amigable con todos los seres. Se debe ampliar el principio kantiano: no sólo el ser humano es un fin en sí mismo, sino igualmente todos los vivientes y por eso deben ser respetados. 

Hay un dato científico que favorece esta posición. Al descodificarse el código genético por Drick y Dawson en los años 50 del siglo pasado, se verificó que todos los seres vivos, desde la ameba más originaria, pasando por las grandes selvas y por los dinosaurios y llegando hasta nosotros los humanos, poseemos el mismo código genético de base: los 20 aminoácidos y las cuatro bases fosfatadas. Esto llevó a la Carta de la Tierra, uno de los principales documentos de la UNESCO sobre la ecología moderna, a afirmar que «tenemos un espíritu de parentesco con toda la vida» (Preámbulo). 

El Papa Francisco es más enfático: «caminamos juntos como hermanos y hermanas y un lazo nos une con tierno afecto al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la Madre Tierra» (n.92). Desde esta perspectiva, todos los seres, en la medida en que son nuestros primos y hermanos/as y poseen su nivel de sensibilidad e inteligencia, son portadores de dignidad y de derechos. Si la Madre Tierra goza de derechos, como afirmó la ONU, ellos, como partes vivas de la Tierra, participan de estos derechos.

El segundo paradigma –el ser humano señor de la naturaleza– tiene una relación de uso con los demás seres y los animales. Si conocemos los procedimientos de matanza de bovinos y de aves quedamos horrorizados de los sufrimientos a los que son sometidos.
 La Carta de la Tierra nos advierte: «hay que proteger a los animales salvajes de métodos de caza, trampas y pesca que causen sufrimiento extremo, prolongado y evitable» (n. 15b). Ahí recordamos las sabias palabras del cacique Seattle (1854): «¿Que es el hombre sin los animales? Si se acabasen todos los animales, el hombre (y la mujer digo yo) moriría de soledad de espíritu. Porque todo lo que les sucede a los animales, le sucederá también al hombre. Todo está relacionado entre sí».

Si no nos convertimos al primer paradigma, continuaremos con la barbarie contra nuestros hermanos y hermanas de la comunidad de vida: los animales. En la medida en que crece la conciencia ecológica sentimos cada vez más que somos parientes y como tales nos debemos tratar, como San Francisco con el hermano lobo de Gubbio y con los seres más simples de la naturaleza.


LOS DERECHOS DE LA MADRE TIERRA Y SU DIGNIDAD. Ana Luisa Muñoz Flores




                                   







    Imagen: "Madre Tierra". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores


Los derechos de la Madre Tierra y su dignidad

2017-11-23  por Leonardo Boff


  Anteriormente hemos escrito sobre los derechos de los animales. Ahora procede discurrir sobre los derechos de la Madre Tierra y de su alta dignidad. El tema es relativamente nuevo, pues la dignidad y los derechos estaban reservados solamente a los seres humanos, portadores de conciencia y de inteligencia, como lo hace Kant en su ética.

Predominaba todavía la visión antropocéntrica, como si nosotros exclusivamente fuésemos portadores de dignidad. Olvidamos que somos parte de un todo mayor. Como dicen renombrados cosmólogos, si el espíritu está en nosotros es señal de que estaba antes en el universo del cual somos parte.

Hay una tradición que viene desde la más remota antigüedad que siempre ha entendido a la Tierra como la Gran Madre que ha generado a todos los seres que existen en ella. Las ciencias de la Tierra y de la vida, por vía científica, nos confirmaron esta visión. La Tierra es un superorganismo vivo, Gaia (Lovelock), que se autorregula para ser siempre apta para mantener la vida en el planeta.

La propia biosfera es un producto biológico pues se origina de la sinergia de los organismos vivos con todos los demás elementos de la Tierra y del cosmos. Crearon el hábitat adecuado para la vida, la biosfera. Por lo tanto, no sólo hay vida sobre la Tierra. La Tierra misma está viva y como tal tiene un valor intrínseco y debe ser respetada y cuidada como todo ser vivo. Este es uno de los títulos de su dignidad y la base real de su derecho de existir y de ser respetada.

Los astronautas nos dejaron este legado: vista desde fuera, Tierra y Humanidad fundan una única entidad; no pueden ser separadas. La Tierra es un momento de la evolución del cosmos; la vida es un momento de la evolución de la Tierra; y la vida humana, un momento de la evolución de la vida. Por eso podemos decir con razón que el ser humano es aquella porción de la Tierra en que ella empezó a tomar conciencia, a sentir, a pensar y a amar. Somos su porción consciente e inteligente.

Si los seres humanos tienen dignidad y derechos, como es consenso entre los pueblos, y si Tierra y seres humanos constituyen una unidad indivisible, entonces podemos decir que la Tierra participa de la dignidad y de los derechos de los seres humanos y viceversa.

Por eso no puede sufrir una sistemática agresión, explotación y depredación por un proyecto de civilización como el nuestro que sólo la ve como algo sin inteligencia y por eso la trata sin ningún respeto, negándole valor intrínseco en función de la acumulación de bienes materiales.

Es una ofensa a su dignidad y una violación de su derecho de poder continuar íntegra, limpia y con capacidad de reproducción y de regeneración. Por eso, está en discusión en la ONU el proyecto de un Tribunal de la Tierra que castigue a quien viola su dignidad, contamina sus océanos y destruye sus ecosistemas, vitales para el mantenimiento de los climas y del ciclo de la vida.

Finalmente, hay un último argumento que se deriva de una visión cuántica de la realidad. Esta constata, según Einstein, Bohr y Heisenberg, que la materia no existe, pues todo, en el fondo, es energía en distintos grados de densidad. La llamada materia es energía altamente interactiva. La materia, desde los hadrones y los topquarks, no tiene solamente masa y energía. Todos los seres son portadores también de información, fruto de la interacción entre ellos.

Cada ser se relaciona con los otros a su manera de tal forma que se puede decir que surgen niveles de subjetividad y de historia. La Tierra en su larga historia de 4,5 mil millones de años guarda esta memoria ancestral de su trayectoria evolutiva. Ella tiene subjetividad e historia. Lógicamente, es diferente de la subjetividad y de la historia humana, pero la diferencia no es de principio (todos están conectados entre sí) sino de grado (cada uno a su manera).

Una razón más para entender, con los datos de la ciencia cosmológica más avanzada, que la Tierra posee dignidad y por eso es portadora de derechos, lo que corresponde por nuestra parte a los deberes de cuidarla, amarla y mantenerla saludable para continuar generándonos y ofreciéndonos los bienes y servicios que nos presta.

Este es uno de los mensajes centrales de la encíclica del Papa Francisco “sobre el cuidado de la Casa Común” (2015). En la misma línea va la Carta de la Tierra, uno de los documentos axiales de la nueva visión de la realidad (2000) y de los valores que es importante asumir para garantizar su vitalidad. El sueño colectivo que propone no es “desarrollo sostenible”, fruto de la economía política dominante, antiecológica, sino “un modo de vida sostenible” que resulta del cuidado de la vida y de la Tierra. 

Este sueño supone entender a “la humanidad como parte de un vasto universo en evolución” y a la “Tierra como nuestro hogar y viva”. Implica también “vivir el espíritu de parentesco con toda la vida”, “con reverencia el misterio de la existencia, con gratitud el don de la vida y con humildad nuestro lugar en la naturaleza” (Preámbulo). Propone una ética del cuidado que utiliza racionalmente los bienes escasos para no perjudicar el capital natural ni a las generaciones futuras; ellas también tienen derecho a un Planeta sostenible y con buena calidad de vida. 

Esto solamente ocurrirá si respetamos la dignidad de la Tierra y los derechos que ella tiene de ser cuidada y guardada para todos los seres, también los futuros.

Ahora puede comenzar el tiempo de una biocivilización en la cual Tierra y Humanidad, dignas y con derechos, reconocen su recíproca pertenencia, de origen y de destino común.



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