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27 de agosto de 2018

La flecha de la evolución no es el ser humano, sino la Vida 2018-05-18. Leonardo Boff



Imagen: "Un hermoso amanecer". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores


En la comprensión de los grandes cosmólogos que estudian el proceso de la cosmogénesis y de la biogénesis, la culminación de este proceso no se realiza en el ser humano. La gran emergencia es la vida en su inmensa diversidad y aquello que le pertenece esencialmente que es el cuidado. Sin el cuidado necesario ninguna forma de vida subsistirá (cf. Boff, L., El cuidado necesario, 2012).

Es imperioso enfatizar que la culminación del proceso cosmogénico no se concreta en el antropocentrismo, como si el ser humano fuese el centro de todo, y los demás seres sólo tuvieran significado cuando se ordenan a él y a su uso y disfrute. El mayor evento de la evolución es la irrupción de la Vida en todas sus formas, también en la forma humana.

Los biólogos describen las condiciones dentro de las cuales surgió la Vida, a partir de un alto grado de complejidad, y cómo cuando esta complejidad se encuentra fuera de su equilibrio, impera el caos. Pero el caos no es sólo caótico; es también generativo. Genera nuevos órdenes y otras varias complejidades.

Los científicos no saben definir lo que es la Vida. Ella es la emergencia más sorprendente y misteriosa de todo el proceso cosmogénico. La vida humana es un subcapítulo del capítulo de la Vida. Es necesario enfatizar: la centralidad le corresponde a la Vida. A ella se ordena la infraestructura físico-química y ecológica de la evolución, que permite la inmensa biodiversidad, y dentro de ella, la vida humana, consciente, hablante y cuidante.

La vida es entendida aquí como autoorganización de la materia en altísimo grado de interacción con el universo y con todo lo que la rodea. Cosmólogos y biólogos sostienen la vida como la suprema expresión de la “Fuente Originaria de todo ser”, que para nosotros es otro nombre, el más adecuado, para Dios. La Vida no viene de afuera, sino que emerge del núcleo del proceso cosmogónico mismo, al alcanzar un altísimo grado de complejidad.

El premio Nobel de biología, Christian de Duve, llega a afirmar que cuando ocurre tal nivel de complejidad en cualquier lugar del universo, la vida emerge como imperativo cósmico (Polvo vital, 1997). En ese sentido el universo está repleto de vida.

La vida muestra una unidad sagrada en la diversidad de sus manifestaciones, pues todos los seres vivos portan el mismo código genético de base, que son los 20 aminoácidos y las cuatro bases fosfatadas, lo que nos hace a todos los seres vivos parientes unos de otros. Cuidar de la Vida, hacer que se expanda, entrar en comunión y sinergia con toda la cadena de vida y celebrar la Vida: es el sentido de vivir de los seres humanos sobre la Tierra, entendida también como Gaia, superorganismo vivo, y nosotros, los humanos, como la porción de Gaia que siente, piensa, ama, habla y venera.

La centralidad de la Vida implica en concreto asegurar los medios de vida como: alimentación, salud, trabajo, vivienda, seguridad, educación y ocio. Si extendiésemos a toda la humanidad los avances de la tecnociencia ya alcanzados, tendríamos los medios para que todos gozasen de los servicios de calidad a los que solamente sectores privilegiados y opulentos tienen acceso hoy.

Hasta ahora el saber ha sido entendido como poder al servicio de la acumulación de individuos o de grupos que crean desigualdades, por lo tanto, al servicio del sistema imperante, injusto e inhumano. Postulamos un poder al servicio de la Vida y de los cambios necesarios exigidos por ella. ¿Por qué no hacer una moratoria de la investigación y de la invención, a favor de la democratización del saber y de las invenciones ya acumuladas por la civilización, para beneficiar a los millones y millones desposeídos de la humanidad?

Este es el gran desafío para el siglo XXI. O nos autodestruimos, pues hemos construido ya los medios para ello, o empezamos finalmente a crear una sociedad verdaderamente justa y fraternal, junto con toda la Comunidad de la Vida.
                
                                         Leonardo Boff

26 de agosto de 2018

Varón y mujer: Igualdad y subordinación. Contradicciones del cristianismo de Leonardo Boff




Imagen: "Iracema". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores.

Varón y mujer: Igualdad y subordinación. Contradicciones del cristianismo. Leonardo Boff

  El cristianismo originario fundado en las prácticas de Jesús y posteriormente de Pablo de Tarso había instaurado una ruptura en la línea de la igualdad de género. Pero no se sostuvo. Sucumbió a la cultura dominante predominantemente machista que subordinaba la mujer al varón. Cualquier motivo fútil permitía el divorcio, dejando a la mujer desamparada.

El propio apóstol Pablo, contradiciendo el principio de igualdad, bien formulado por él (Gal 3,28), podía decir de acuerdo al código patriarcal: "el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón; ni el varón fue creado para la mujer, sino la mujer para el varón; debe, pues, la mujer usar el signo de su sumisión (el uso del velo: 1Cor 11,10).

Estos textos, que algunos estudiosos consideran inserciones posteriores a Pablo, serán blandidos a lo largo de los siglos contra la liberación de las mujeres, de forma que el cristianismo histórico -principalmente la jerarquía romano-católica, no tanto los laicos-, se constituyó en un bastión de conservadurismo y de patriarcalismo. 

Ese cristianismo histórico no vivió proféticamente su propia verdad, ni rescató en su nombre la memoria libertaria de sus orígenes, ni cuestionó la cultura dominante. Al contrario, se dejó asimilar por esa cultura dominante, e incluso creó un discurso ideológico para su naturalización y su legitimación, hasta los días actuales, al menos a nivel de los discursos papales, en contra de lo que los teólogos y teólogas enseñan desde hace mucho tiempo. 

Bien decía una feminista alemana M. Winternitz: "La mujer siempre ha sido la mejor amiga de la religión; la religión, sin embargo, jamás ha sido amiga de la mujer".
A esa ideologización de trasfondo bíblico-teológico se añadió otra de orden biológico. Se admitía antiguamente que el principio activo en el proceso de generación de una nueva vida dependía totalmente del principio masculino. 

Se planteaba, entonces, la cuestión: si todo depende del varón, ¿por qué entonces nacen mujeres y no sólo varones? La respuesta, tenida como científica por los medievales, era la de que la mujer es una desviación y una aberración del único sexo masculino. 

En razón de ello, Tomás de Aquino, repitiendo a Aristóteles, consideraba a la mujer como un mas occasionatus (un varón a medio camino), mero receptáculo pasivo de la fuerza generativa única del varón (Summa Theologica I, q. 92, a. 1 ad 4). Y todavía argumentaba: "La mujer necesita del varón no sólo para engendrar, como hacen los animales, sino también para gobernar, porque el varón es más perfecto por su razón y más fuerte por su virtud" (Summa contra Gentiles, III, 123).
Tales discriminaciones, aunque sobre otras bases, ahora psicológicas, resuenan modernamente, para perplejidad general, en los textos de Freud y de Lacan. Con razón se dice que la mujer es la última colonia que todavía no ha logrado su liberación (M. Mies, Woman, the Last Colony, Londres, Zed Books 1988).

El sueño igualitario de los orígenes sobrevivirá en grupos de cristianos marginales, o entre los considerados herejes (Shakers de Inglaterra), o será, si no, proyectado para la escatología, al término de la historia humana. Hubo que esperar a los movimientos libertarios feministas europeos y norteamericanos, a partir de 1830, para hacer valer el antiguo sueño cristiano. 

A la luz de los ideales de la Ilustración que afirmaban la igualdad original y natural entre hombres y mujeres, Sarah Grimké podría escribir sus Cartas sobre la igualdad de los sexos y la condición de la Mujer (1836-1837), inspiradas en los textos bíblicos libertadores, y en 1848, en Séneca Falls, Nueva York, las líderes cristianas feministas pudieron formular la Declaración de los Derechos de la Mujer, calcada de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y por fin comenzar a publicar en 1859 la Biblia de la Mujer en Seattle.

A partir de entonces se formó la irrefrenable ola del feminismo y del ecofeminismo modernos, movimientos seguramente de los más importantes para el cuestionamiento de la cultura patriarcal en las Iglesias y en las sociedades, y que representan un nuevo paradigma civilizacional.

Es importante resaltar que del grupo de feministas nos vino una de las críticas más severas al paradigma racionalista de la modernidad y la introducción de la categoría "cuidado" en la discusión de la ética, centrada tradicionalmente en la justicia. El eco-feminismo representa una de las grandes corrientes de la reflexión ecológica actual, que refuerza el nuevo paradigma relacional.

20/04/18

30 de abril de 2018

¿Qué significa ser y sentirse Tierra? Leonardo BOFF. Publicado por Ana Luisa Muñoz Flores




Imagen: "Pachamama". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores



La Tierra se ha transformado actualmente en el grande y oscuro objeto del amor humano. Nos damos cuenta de que podemos ser destruidos. No por algún meteoro rasante ni por algún cataclismo natural de proporciones fantásticas, sino por causa de una irresponsable actividad humana. Se han construido dos máquinas de muerte, que pueden destruir la biosfera: el peligro nuclear y la sistemática agresión ecológica al sistema Tierra.

En razón de esta doble alarma, despertamos de un ancestral sopor. Somos responsables de la vida o de la muerte de nuestro planeta vivo. De nosotros depende el futuro común, nuestro y de nuestra querida casa común, la Tierra. Como medio de salvación de la Tierra invocamos hoy la ecología. No en el sentido palmario y técnico de gestionamiento de los recursos naturales, sino como una visión del mundo alternativa, como un nuevo paradigma de relación respetuosa y sinergética para con la Tierra y para con todo lo que ella contiene.
Cada vez entendemos mejor que la ecología se ha convertido en el contexto de todos los problemas: de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa.

A partir de la ecología, se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más ternura, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad entre los seres humanos hacia la tierra y hacia la necesidad de su conservación.

En esta perspectiva alimentamos una perspectiva optimista. La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de 15 grandes devastaciones. Y siempre sobrevivió y puso a salvo el principio de vida. Y llegará a superar también el actual impasse, pero con una condición: que cambiemos de rumbo y de óptica. De esta nueva óptica surgirá una nueva ética de responsabilidad compartida y de sinergía para con la Tierra.
Tratemos de fundamentar este nuestro optimismo.

1. Somos Tierra que piensa, siente y ama
El ser humano, en las diversas culturas y fases históricas, reveló una intuición segura: pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra. De ahí que hombre venga de humus. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no está frente a nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al estadio de sentimiento, de comprensión, de voluntad, de responsabilidad y de veneración. En una palabra: somos la Tierra en su momento de auto-realización y de autoconsciencia.
Inicialmente, pues, no hay distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma realidad compleja, diversa y única.
Ha sido lo que han testimoniado los diversos astronautas, los primeros en contemplar la Tierra desde fuera de la Tierra. Dijeron enfáticamente: desde aquí, desde la Luna, a bordo de nuestras naves espaciales, no notamos diferencia entre la Tierra y la humanidad, entre negros y blancos, demócratas o socialistas, ricos y pobres. Humanidad y Tierra forman una única realidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esta percepción no es ilusoria, es radicalmente verdadera.
Dicho en términos de moderna cosmología: estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de relaciones de todo con todo, que actúan hace 15 billones de años, desde que el universo, dentro de una inconmensurable inestabilidad (big bang - inflación y explosión), emergió en la forma que hoy conocemos. Conociendo un poco esta historia del Universo y de la Tierra estamos conociéndonos a nosotros mismos y a nuestra ancestralidad.

Cinco grandes actos estructuran el teatro universal del que somos co-actores:
El primero es el cósmico: irrumpió el universo todavía en proceso de expansión; y en la medida en que se expande se auto-crea y se diversifica. Nosotros estábamos allí en las posibilidades contenidas de ese proceso.
El segundo es el químico: en el seno de las grandes estrellas rojas (los primeros cuerpos que se densificaron se formaron hace por lo menos 10 billones de años) se formaron todos los elementos pesados que hoy constituyen cada uno de los seres, como el oxígeno, el carbono, el silicio, el nitrógeno, etc. Con la explosión de las grandes estrellas (se volvieron super nuevas) tales elementos se desparramaron por todo el espacio: constituyeron las galaxias, las estrellas, la Tierra, los planetas y los satélites de la actual fase del universo. Aquellos elementos químicos circulan por todo nuestro cuerpo, sangre y cerebro.
El tercer acto es el biológico: de la materia que se complejifica y se enrolla sobre sí misma, en un proceso llamado de autopoiese (autocreación y auto-organización), irrumpió, hace 3'8 billones de años, la vida en todas sus formas; atravesó profundas diezmaciones pero siempre subsistió y llegó hasta nosotros en su inconmensurable diversidad...

El cuarto es lo humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de complejidad y de auto-creación encuentra en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana floreció, cerca de 10 millones de años atrás. Surgió en África. A partir de allí, se difundió por todos los continentes hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra. Lo humano mostró gran flexibilidad; se adaptó a todos los ecosistemas, a los más gélidos de los polos, a los más tórridos de los trópicos, en el suelo, en el subsuelo, en el aire y fuera de nuestro planeta, en las naves espaciales y en la Luna. Sometió a las demás especies, menos a la mayoría de los virus y de las bacterias. Es el triunfo peligroso de la especie horno sapiens y demens.

Por fin, el quinto acto, es planetario: la humanidad, que estaba dispersa, está volviendo a la casa común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el mismo destino de todos los demás seres de la Tierra. Siéntese como la meta consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, por encima de las culturas singulares y de los estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de interdependencia de todos con todos, está inaugurando una nueva fase de su evolución, la fase planetaria. A partir de ahora, la historia será la historia de la especie homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos.
Sólo podemos entender el ser humano-Tierra si lo conectamos con todo ese proceso universal; los elementos materiales y las energías sutiles conspiraron para que lentamente se fuese gestando y, finalmente, pudiese nacer.

2. ¿Qué es la dimensión-Tierra en nosotros?
¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión-Tierra? Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra. Vivimos de ella. Somos producto de su actividad evolucionaría. Tenemos en el cuerpo, en la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos-Tierra. De esta constatación resulta la conciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de que nos situamos ante la Tierra como delante de un objeto extraño. En el primer momento se impone una relación sin distancia, sin bis-a-bis, sin separación. Somos uno con ella.
En un segundo momento, podemos pensar la Tierra. Y entonces, sí, nos distanciamos de ella para poder verla mejor. Ese distanciamiento no rompe nuestro cordón umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero. Tener olvidada nuestra unión con la Tierra fue el equívoco del racionalismo en todas sus formas de expresión. Él generó la ruptura con la Madre. Dio origen al antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de pensar la Tierra, podemos colocarnos sobre ella para dominarla y para disponer de ella con placer suyo incluido.
Por sentirnos hijos e hijas de la Tierra, por ser la propia Tierra pensante y amante, la vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa a lo femenino que concibe, gesta y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre, Pacha Mama y Nana. De la misma manera que todo genera y entrega la vida, ella también acoge todo y todo lo recoge en su seno. Al morir volvemos a la Madre Tierra, regresamos a su útero generoso y fecundo. El Feng-Shui, la filosofía ecológica china, representa un grandioso sentido de la muerte como unión con Tao y con los ritmos de la naturaleza, de donde todos los seres vienen y adonde todos vuelven. Conservar la naturaleza es condición también para que puedan nacer nuevos seres humanos y hagan su recorrido en el tiempo.

Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Nos hace percibir todo de la Tierra, su frío y calor, su fuerza que amenaza tanto como su belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la respiración que nos entra, los olores que nos embriagan o nos repelen. Sentir la Tierra es sentir sus nichos ecológicos, captar el espíritu de cada lugar, inserirse en un determinado lugar. Ser Tierra es sentirse habitante de cierta porción de tierra. 

Habitando, nos hacemos en cierta manera prisioneros de un lugar, de una geografía, de un tipo de clima, del régimen de lluvias y vientos, de una manera de morar y de trabajar y de hacer historia. Ser Tierra es ser concreto concretísimo. Configura nuestro límite. Pero también significa nuestra base firme, nuestro sitio de contemplación de todo, nuestra plataforma para poder alzar vuelo por encima de este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito.

Por fin, sentirse Tierra es percibirse dentro de una compleja humanidad de otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no nos produce tan sólo a nosotros, los seres humanos. Produce la miríada de microorganismos que componen 90 % de toda la red de la vida, los insectos que constituyen la biomasa más importante de la biodiversidad. Produce las aguas, la capa verde con la infinita diversidad de plantas, flores y frutos. Produce la diversidad incontable de seres vivos, animales, pájaros y peces, nuestros compañeros dentro de la unidad sagrada de la vida, porque en todos están presentes los 20 aminoácidos que entran en la composición de la vida. Para todos produce las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el subsuelo y en el aire. Tierra es sumergirse en la comunidad terrenal, en el mundo de los hermanos 6.000 años antes de nuestra era, cuando era todavía una tierra verde, rica y fértil pasando por toda la cuenca del Mediterráneo, por la India y por la China, donde predominaban las divinidades femeninas, la Gran Madre Negra y la Madre-Reina. La espiritualidad era de una profunda unión cósmica y de una conexión orgánica con todos los elementos como expresión del Todo.

Al lado de una espiritualidad surgió, en segundo lugar, una política: las instituciones matriarcales. Las mujeres formaban los ejes organizadores de la sociedad y de la cultura. Surgieron sociedades sagradas, penetradas de reverencia, de ternura y de protección a la vida. Hasta hoy arrastramos la memoria de esta experiencia de la Tierra-Madre, en la forma de arquetipos y de una insaciable nostalgia por la integración, inscrita en nuestros propios genes. Los arquetipos continúan a irradiar en nuestra vida porque rememoran un pasado histórico real que quiere ser rescatado y obtener todavía vigencia en la vida actual. 

El ser humano precisa rehacer esta experiencia espiritual de fusión orgánica con la Tierra, a fin de recuperar sus raíces y experimentar su propia identidad radical. Precisa también resucitar la memoria política del feminismo para que la dimensión de anima entre en la elaboración de políticas con más equidad entre los sexos y con mayor capacidad de integración.

Esta nueva óptica podrá producir una nueva ética, orientada la firmación y el cuidado por todo lo que vive. En el nuevo paradigma emergente la Tierra y los hijos y las hijas de la Tierra serán la gran centralidad, el nuevo sueño del siglo XXI.

Este texto recoge reflexiones contenidas en los libros:
"Saber cuidar: ética de lo humano y compasión por la Tierra"
y "Dignidad de la Tierra", Trotta, Madrid 2000,
y fue publicado por la revisa Exodo 53 (abril 2000) 30-32.
Tradujo del portugués Benjamín Forcan


http://servicioskoinonia.org/relat/253.htm

12 de enero de 2018

La vida como imperativo cósmico. Publicado por Ana Luisa Muñoz Flores






    Imagen: "Un hermoso amanecer": Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores





La vida como imperativo cósmico

29/10/2016

Durante siglos los científicos han intentado explicar el universo por medio de leyes físicas, expresadas mediante ecuaciones matemáticas. El universo era representado como una inmensa máquina que funcionaba siempre de forma estable. La vida y la conciencia no tenían lugar en ese paradigma. Eran asunto de las religiones.

Pero todo cambió desde los años 20 del siglo pasado, cuando el astrónomo Hubble probó que el estado natural del universo no es la estabilidad sino el cambio. Comenzó a expandirse a partir de la explosión de un punto extremadamente pequeño pero inmensamente caliente y repleto de virtualidades: el big bang. A continuación se formaron los cuarks y los leptones, las partículas más elementales que, una vez combinadas, dieron origen a los protones y neutrones, base de los átomos. Y a partir de ellos, todas las cosas.

Expansión, autoorganización, complejización y emergencia de órdenes cada vez más sofisticados son características del Universo. ¿Y la vida?

No sabemos cómo surgió. Lo que podemos decir es que la Tierra y todo el Universo trabajaron miles de millones de años para crear las condiciones de nacimiento de esta bellísima criatura que es la vida. Es frágil porque fácilmente puede enfermar y morir. Pero es también fuerte, porque hasta hoy nada, ni los volcanes, ni los terremotos, ni los meteoros, ni las destrucciones en masa de eras pasadas, consiguieron extinguirla totalmente.

Para que surgiese la vida fue necesario que el Universo fuera dotado de tres cualidades: orden, proveniente del caos; complejidad, oriunda de seres simples e información, originada por las conexiones de todos con todos. Pero faltaba todavía un dato: la creación de los ladrillitos con los cuales se construye la casa de la vida. Esos ladrillitos fueron forjados dentro del corazón de las grandes estrellas rojas que ardieron durante varios miles de millones de años. Son los ácidos químicos y demás elementos que permiten todas las combinaciones y todas las transformaciones. Así, no hay vida sin que haya presencia de carbono, de hidrógeno, de oxígeno, de nitrógeno, de hierro, de fósforo y de los 92 elementos de la escala periódica de Mendeléiev.

Cuando estos varios elementos se unen, forman lo que llamamos una molécula, la menor porción de materia viva. La unión con otras moléculas creó los organismos y los órganos que forman los seres vivos, desde las bacterias a los seres humanos.
Fue mérito de Ilya Prigogine, premio Nobel de química de 1977, haber mostrado que la vida resulta de la dinámica de la autoorganización intrínseca del propio universo. Reveló también que existe una fábrica que produce continuamente la vida. El motor central de esta fábrica de la vida está formado por un conjunto de 20 aminoácidos y 4 bases nitrogenadas.

Los aminoácidos son un conglomerado de ácidos que combinados permiten que surja la vida. Se componen de cuatro bases de nitrógeno que funcionan como una especie de cuatro tipos de cemento que unen los ladrillitos formando casas, las más diversificadas. Es la biodiversidad.

Tenemos, por tanto, el mismo código genético de base creando la unidad sagrada de la vida, desde los micro-organimos hasta los seres humanos. Todos somos, de hecho, primos y primas, hermanos y hermanas, como afirma el Papa en su encíclica sobre la ecología integral (n. 92) porque estamos formados con los mismos 20 aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas (adenina, timina, guanina y citosina).

Pero faltaba una cuna que acogiese la vida: la atmósfera y la biosfera con todos los elementos esenciales para la vida: el carbono, el oxígeno, el metano, el ácido sulfúrico, el nitrógeno y otros.

Dadas estas condiciones previas, hace 3,8 mil millones de años sucedió algo portentoso. Posiblemente del mar o de un pantano primitivo donde burbujeaban todos los elementos como una especie de sopa, de repente, bajo la acción de un gran rayo relampagueante venido del cielo, irrumpió la vida.

Misteriosamente ella está ahí desde hace 3,8 mil millones de años: en el minúsculo planeta Tierra, en un sistema solar de quinta magnitud, en un rincón de nuestra galaxia, a 29 mil años luz del centro de ella, sucedió el hecho más singular de la evolución: la irrupción de la vida. Ella es la madre originaria de todos los vivientes, la Eva verdadera. De ella descienden todos los demás seres vivos, también nosotros los humanos, un subcapítulo del capítulo de la vida: nuestra vida consciente.

Finalmente, me atrevo a decir con el biólogo, también premio Nobel, Christian de Duve y con el cosmólogo Brian Swimme, que el Universo sería incompleto sin la vida. Siempre que se alcanza un cierto nivel de complejidad, la vida surge como un imperativo cósmico, en cualquier parte del Universo.

Debemos superar la idea común de que el universo es una cosa meramente física y muerta, con unas pizcas de vida para completar el cuadro. Esa es una comprensión pobre y falsa. El universo parece estar lleno de vida y para eso existe, como la cuna acogedora de la vida, especialmente de la nuestra.
Leonardo Boff escribió con M. Hathaway El Tao de la Liberación, premiado en 2010 en Estados Unidos con la medalla de oro en nueva ciencia y cosmología.

Leonardo Boff
Traducción de Mª José Gavito Milano

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