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12 de agosto de 2017

MOVIMENTO FEMINISTA. GABRIELA MISTRAL. ANA LUISA MUÑOZ FLORES




                          Imagen: Óleo sobre tela. José Luis Toledo Bravo


Movimiento feminista Y Gabriela Mistral
     
La lucha de las primeras feministas tiene lugar en países que se inician en el sistema capitalista y que tienen, por lo tanto, un alto grado de industrialización. Inglaterra y Estados Unidos ven nacer en su regazo al movimiento proletario y al movimiento feminista. Los dos pretenden que sus demandas -en vista de su precaria situación- sean escuchadas en la sociedad y en el gobierno.
     Las mujeres que ingresan a las grandes industrias, abandonando el tradicional taller familiar para trabajar en igualdad de condición con el hombre, no reciben el mismo salario ni le son atendidas sus demandas. Tampoco son reconocidos sus derechos a intervenir públicamente en la toma de decisiones políticas, pero sí se encuentran llamadas a participar en la producción económica del país y a ser el pilar de la familia en tiempos de guerras mundiales. Este doble estándar las incita a proclamar en todas las esferas políticas y sociales, sus anhelos de igualdad.
     En América y en Chile el movimiento feminista no tuvo las características violentas de sus antecesoras («Las sufraguistas [...]activan su campaña con tanto calor que su agresividad [...] hace vivir a Inglaterra, casi el clima de una guerra civil»)(20). Su posición estuvo más ligada a una concepción de diferencias y no de antagonismos con el sistema imperante.
     Desde una conciencia femenina y consecuente con el rol maternal fue abriendo nuevos espacios de legitimación. Sin entrar nunca en la lucha abierta: «[El] feminismo chileno entre 1900 y 1940 fue de tipo reformista o doméstico, en el que partiendo de una visión tradicional de sí (y no podría haber sido de otra forma), las mujeres buscaron, principalmente, la reivindicación de sus derechos civiles y políticos [20] desde una posición no rupturista. Su feminismo no cuestionó las estructuras globales de la sociedad, productoras de su discriminación»(21).
     Pese al tono moderado de la lucha feminista en Chile, ésta también tuvo como aliciente la necesidad de participar en las decisiones políticas. La Ley Nº. 1884 negaba el voto a la mujer chilena quien, al igual que europeas y norteamericanas, se incorporaba en grandes cantidades al mundo laboral.
     «[...] lo cual le hizo tomar conciencia de que el derecho a sufragio era uno de los medios más importantes para incorporarse a las decisiones nacionales, pudiendo así variar los rumbos de la política chilena [...]»(22).
     Las circunstancias histórico-políticas no impidieron a la mujer ingresar a la educación. Fue tal este interés que en 1920 «disminuye el número de mujeres que trabajan y aparece en cambio un elevado rubro de mujeres que estudian: 150.154»(23).
     En Chile, sin dejar de lado la búsqueda de reivindicaciones feministas, las mujeres de la aristocracia e intelectuales motivaron la creación de sociedades benéficas, mutualistas, de acción social y perfeccionamiento intelectual.
     Nombres como Delia Matte de Izquierdo, Amalia E. de Subercaseaux, Sara Hübner de Fresno, Inés Echeverría de Larraín, Amanda Labarca, y la propia Gabriela Mistral se incorporaron a las directivas de las nuevas organizaciones.
     Las reacciones que generaron en la sociedad chilena estas nuevas corrientes feministas no se dejaron esperar. Los diarios de la época fueron la tribuna por donde desfilaron los discursos en contra y a favor. Sin embargo, es bueno recordar que en nuestros países suramericanos el feminismo no tuvo la fuerza radical de las demandas feministas norteamericanas y europeas. Sobre todo porque nuestras mujeres, pertenecientes al continente más pobre, han tenido que desviar sus fuerzas a la supervivencia de sus hijos.
     Porque si bien «Las mercancías han aumentado [...] la naturaleza se ha reducido. La pobreza del Sur se origina en la creciente escasez de agua, alimentos, forraje y combustibles, que va aparejada con el creciente maldesarrollo y la destrucción ecológica. Esta pobreza afecta más a las mujeres, primero porque son las más pobres entre los pobres, y segundo porque, junto con la naturaleza, son las principales sustentadoras de la vida»(24)[21]
     En este sentido la mujer indoamericana, en relación a las otras, ha mantenido casi intacto su rol de sustentador de la vida, reconociendo en él un compromiso ético con la preservación de la naturaleza para el próximo milenio. Respetando así su alianza ya mítica con la tierra.





Las cartas y los recados de Gabriela Mistral
     El pensamiento de Gabriela Mistral, para los fines de este estudio, fue extraído de cartas dirigidas a amigos, escritores, políticos e intelectuales de Chile, y principalmente, de artículos que ella llamó «recados», publicados en diarios y revistas de Chile y del mundo, donde se destaca por su numerosa colaboración ell mercurio de Santiago de Chile y Repertorio Americano de Costa Rica.
     Los «recados», son escritos de extensión similar a la de un breve ensayo, donde expone sus ideas, críticas y sugerencias de temas y personalidades del momento.
     Sus primeros textos en prosa aparecen publicados desde 1905 en el periódico de Vicuña, La Voz de Elqui, y su producción literaria continuará ininterrumpidamente hasta 1954, fecha en que decae definitivamente su salud.
     «Los 'recados' en prosa y verso surgen casi simultáneamente y a pesar de sus diferencias formales formaron un cerrado núcleo en esencia y contenido. Pero mientras los 'recados' en verso tienen su reino en Tala y sólo llegan a Lagar en el recado terrestre, los escritos en prosa se extienden desde 1934 hasta muy próximo a su muerte»(25).
     Este género, creado por Gabriela Mistral, le sirvió para dar a conocer -como en una carta pública- su pensar sobre los pequeños y grandes asuntos de la primera mitad del siglo veinte.
     «Los tiempos se van cargando tanto de trabajos, hasta para el más vacante, que se nos viene poquito a poco la tragedia del no poder comunicarse, del tener que renunciar a la carta lenta y noticiosa que antes se hacía para los amigos [...]
     Pido, pues, que se me consienta esta especie de «carta para muchos» aunque no sea para todos, según las exigencias periodísticas. (Al cabo, director amigo, nadie escribe para todos, aunque así se lo crea...). Pido que se me acepte esta posta barroca, donde van comentos de sucesos grandes y chicos, de algunas hechuras que se quiere comentar, de esos que llamamos por allá [Chile] «ecos escolares», de tarde en tarde encargos duro-tiernos para mis gentes: duros por ímpetu de hacerse oír y tiernos por el amor de ella.»(26) [22]
     Las cartas, dirigidas en su mayoría a conocidas familias chilenas e intelectuales de América -Familia Tómic-Errázuriz, Eduardo Frei Montalva, Alone, Eugenio Labarca, Pedro Prado, Eduardo Barrios, Isauro Santelices, Enrique Molina, Alfonso Reyes, Joaquín García Monge, entre otros-, son expresiones más íntimas de su pensamiento. En ellas se develan juicios, roces, dificultades e impresiones que venían de Chile o del país donde se encontrara.
     «...Las incorporo [las cartas] por una razón atrabiliaria, es decir, por una loca razón, como son las razones de las mujeres. Al cabo de estos recados llevan el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural en el que he vivido y en el que me voy a morir»(27).
     Gabriela usó una forma de expresión muy particular para su prosa. Su lenguaje se caracterizó por su estilo sobrio y austero, pero en tono coloquial. Buscaba apropiarse de personas y situaciones a través del lenguaje, haciéndolas más cercanas e íntimas. Creaba singulares términos que manifestaran su interioridad, sin caer en formalismos académicos.
     Para ello utilizó formas verbales combinadas con pronombres -«se me han vuelto»-, y neologismos como «mujerío», «campesinería», «indiada», y otros que otorgan fuerza y vigor a sus ideas.
     «Una de las maravillas de la Mistral es entregarnos arcaísmos o neologismos, palabras que no existían. En eso ha sido nuestra maestra»(28).
     Mediante este lenguaje transmitió su manera afectiva de acercarse a la tierra, al indio y a la mujer. A través de la lectura de sus textos, es posible entender estos tres horizontes conectados de forma trascendente, asociados a una concepción de mundo integral, simbolizando culturalmente en cada caso el origen de la vida.
     Tierra, indio y mujer son dimensiones discriminadas por la cultura occidental. Horizontes, que si bien existen y participan ocasionalmente en la sociedad, no son considerados relevantes al momento de tomar decisiones políticas, económicas o legislativas. [23]


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