Imagen: "Átomo". Ana Luisa Muñoz Flores
El camino de la espiritualidad : mística cósmica – Leonardo Boff
La ética
degenera en código de preceptos y hábitos de comportamiento y la ecología de la
mente corre el riesgo de perderse en su fascinante mundo simbólico interior, si
ambas no fueran expresión de una espiritualidad o una mística.
Cuando aquí
hablamos de mística, pensamos en una experiencia de base omnienglobante,
mediante la cual se capta la totalidad de las cosas, exactamente como una
totalidad orgánica cargada de significación y de valor. La mística está ligada
a la espiritualidad.
Espíritu, en su sentido originario (de donde viene la
palabra espiritualidad), es el ser que respira. Por lo tanto, es todo ser que
vive, como el ser humano, el animal y la planta. Pero no solo eso.
La tierra
toda y el universo son vivenciados como portadores de espíritu, porque de ellos
viene la vida y son ellos quienes mantienen la vida y todo el movimiento
creador.
Espiritualidad es aquella actitud que coloca la vida en
el centro, que defiende y promueve la vida contra todos los mecanismos de
muerte, disminución o estancamiento.
Lo opuesto al espíritu, en este sentido,
no es el cuerpo, sino la muerte y todo lo que estuviera ligado al sistema de la
muerte, tomada en su sentido amplio, de muerte biológica, social, existencial
(fracaso, humillación, opresión).
Alimentar la espiritualidad significa
cultivar ese espacio interior a partir del cual todas las cosas se ligan y
religan; significa superar los compartimientos estancos y vivenciar las
realidades, más allá de su facticidad -opaca y a veces brutal- como valores,
inspiraciones, símbolos de significaciones más altas.
El hombre espiritual es
aquel que puede percibir siempre el otro lado de la realidad, capaz de captar
la profundidad oculta y la referencia de todo con todo como la última realidad
que las religiones llaman Dios.
Tanto la mística como la espiritualidad parten de otra
plataforma: no del poder, ni de la acumulación o el interés, ni de la razón
instrumental.
Arrancan de la razón sacramental y simbólica, de la gratuidad del
mundo, de la relación, de la conmoción profunda, del sentido de comunión que
todas las cosas guardan entre sí, de la percepción del organismo cósmico,
atravesado de llamados y señales de una realidad más alta y plena.
Hoy, solo llegamos a este punto mediante una severa
crítica del paradigma de la modernidad, como lo expusimos sucintamente más
arriba. Necesitamos sobrepasarlo e incorporarlo en una totalidad mayor. La
crisis ecológica revela la crisis del se fundamental de nuestro sistema de
vida, de nuestro modelo de sociedad y de desarrollo.
Ya no podemos apoyarnos en el poder como dominación ni en
la voracidad irresponsable con la naturaleza y las personas. No podemos
pretender estar por encima de las cosas del universo, sino junto a ellas y a su
favor.
El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la naturaleza. Lo
que debe mundializarse no es el capital, el mercado, la ciencia o la técnica;
lo que debe ser fundamentalmente mundializado es la solidaridad para con todos
los seres, a partir de los más afectados; la valorización ardiente de la vida
en todas sus formas; la participación como respuesta al llamado de cada ser
humano a la dinámica misma del universo; la veneración para con la naturaleza
de la cual somos parte, y la parte responsable.
A partir de esa densidad de
ser, podemos y debe asimilar las ciencias y las técnicas como formas de
garantizar el tener, de mantener, de rehacer los equilibrios ecológicos y de
satisfacer equitativamente nuestras necesidades de forma suficiente y no
despilfarradora o disipada.
Los maestros del moderno ethos de la relación ser
humano/naturaleza nos desvía del recto camino. René Descartes enseñaba en su
teoría de la ciencia (Discurso del método que la vocación del ser humano reside
en ser “maestros y poseedores de la naturaleza. Otro maestro fundador, Francis
Bacon, expresó correctamente el sentido del saber: “saber es poder”. Poder
sobre la naturaleza -completaba- significa “amarrarla al ser humano y hacerla
nuestra esclava”.
Necesitamos analizar otros maestros, fundadores de otra
tradición espiritual integradora, que inauguraron una nueva suavidad para con
la naturaleza, a ejemplo de San Francisco de Asís, de Teilhard de Chardin y de
toda la gran tradición agustiniana- bonaventuriana-pascalina.
Para todos ellos,
conocer nunca era un acto de apropiación y dominio de las cosas, sino una forma
de amor y comunión con ellas; valorizar amor como camino para el mundo y como
forma de experiencia de la divinidad. Escribió Blas Pascal: “Aquí está la fe:
Dios sensible al corazón y no a la razón”.
Hoy, la preocupación ecológica y especialmente la
cosmología contemporánea (visión del mundo), se aproximan a esta espiritualidad
de integración. Se impone una revolución espiritual como exigencia de la
sensibilidad actual y de la gravedad de los problemas que vivimos.
Veamos algunas contribuciones de las ciencias que
refuerzan la necesidad de un revolución reverente.
Según la física cuántica y la teoría de la relatividad,
materia y energía son intercambiables y equipolentes. En rigor, la física
atómica ya no conoce el concepto materia.
Dentro de si, el átomo tiene un
enorme espacio vacío, y las partículas elementales no son otra cosa que energía
en altísimo grado de concentración y estabilidad. La materia sólo existe como
tendencia. La fórmula de Einstein significa, fundamentalmente, que materia y
energía son dos aspectos de una misma realidad.
Las
partículas sub atómicas se presentan como ondas electromagnéticas o bien como
partículas, dependiendo del observador. Estos aspectos limitan el campo de
validez de la lógica lineal y del principio de no contradicción.
El factor A
puede ser A como no A. Niels Bohr introdujo el principio de la
complementariedad, bien al estilo del pensamiento chino según el cual la
realidad se organiza en Ying y Yang (materia/espíritu, femenino/masculino,
negativo / positivo, etc.).
Werner Heisenberg formula el principio de indeterminabilidad según el cual, las
partículas atómicas no obedecen a una lógica causal, sino que se organizan
dentro del principio de la indeterminación de las probabilidades.
Las
probabilidades dejan de ser tales, y se transforman en realidades mediante la
presencia del observador, que tanto puede ser humano como cualquier otro
elemento de la naturaleza que establezca una relación.
Por tratarse de
probabilidades, abiertas a concretarse o no, no pueden ser descritas. “El acto
de observación, por sí mismo, cambia la función de probabilidad de manera
discontinua; él selecciona, entre todos los eventos posibles, el evento que
realmente ocurrió. Por lo tanto, la transición entre lo posible y lo real
ocurrió durante el acto de observación”, dice Heisenberg.
Esto significa reconocer que el sujeto observante influye
en el fenómeno observado. Y aún más. El observador, en consonancia con la
física cuántica, es imprescindible tanto para la constitución como para la
observación de las características de un fenómeno atómico.
El sujeto pertenece
a lo real. Describiendo lo real nos estamos autodescribiendo. El ser humano es
parte constitutiva del todo y su conciencia define constantemente el campo real
que observamos.
La nueva física establece el concepto del mundo como un
todo unificado e inseparable. El universo consiste en una complejísima red de
relaciones en todas las direcciones y de todas las formas.
Por eso, las leyes
de la física poseen un carácter estático, y la causalidad no es lineal. La
realidad A influye en B que, a su vez, retroinfluye en A y también en C, y así
sucesivamente hacia atrás y adelante. En tal visión todo es dinámico. Todo
vibra. Todo está en proceso. Más que bailarines, existe una permanente danza de
energías y elementos.
Según la teoría holográfica (especie de reconstrucción y
fotografía de las ondas, posibilitada por el rayo láser, produciendo el así
llamado holograma), las partes están en el todo y el todo en cada una de las
partes.
A partir de aquí, el premio Nobel de física David Bohm, propone la
imagen del orden universal como un orden ovillado. Todo implica a todo, nada
existe fuera de la relación, la relación constituye todas las realidades.
Lo
que existe es el holomovimiento, un movimiento articulado en todas las
direcciones, interconectando todas las partes. Cada uno de nosotros también
está envuelto con cada parte y con todo el universo. Somos, de hecho, un único
universo en el cual todo tiene que ver con todo.
La física nos abre nuevas perspectivas del mundo
material. La biología contemporánea nos brinda nuevas perspectivas de la vida.
La combinación entre física cuántica y biología enriqueció nuestra comprensión
acerca del carácter de sistema de los organismos vivos y del propio cosmos. Nos
ayuda también, a captar mejor la naturaleza como un todo orgánico. Indiquemos
apenas, algunos puntos.
La no linealidad: No
existe, a un nivel profundo, la simple relación de causa-efecto. Lo que existe
es la maraña simultánea y permanente de relaciones globales.
La dinámica: Todas
las partes de un sistema están en permanente movimiento. El organismo no
encuentra su estabilidad por la fijación de sus leyes, sino por la capacidad de
adaptación y equilibrio dinámico.
El carácter cíclico: El crecimiento no es lineal. Degradación y muerte
pertenecen a la vida. La muerte es una invención de la vida. El ciclo propicia
la continuidad de la vida, no del individuo. La naturaleza no es biocéntrica,
ella apunta al equilibrio entre vida y muerte.
El orden estructurado: Cada sistema se compone de subsistemas y todos son
parte de un sistema aún mayor. El ser humano es parte del sistema humanidad. La
humanidad es parte del sistema animal, este del sistema vegetal, y finalmente,
del organismo tierra.
Autonomía e integración: Cada sistema es autónomo y al mismo tiempo
relacionado, por lo tanto, con identidad propia pero abierto de tal forma que
siempre se encuentra en un proceso de integración con todos los elementos del
medio. Darwin estableció la struggie for life (lucha por la vida) como el principio
de selección natural.
El más fuerte sobrevive; por lo tanto, triunfa el
principio de la autoafirmación. Ahora se complementa a Darwin: el principio que
responde por la supervivencia es la integración, la cooperación, el cambio, la
simbiosis. No se debe acentuar tan solo la diferencia y la identidad, sino
también la complementariedad y la solidaridad.
Auto organización y creatividad: Cada sistema complejo, como el sistema nervioso
central tiene la propiedad de estructurarse a si mismo. En la medida en que
funciona, también se va estructurando en un proceso continuo de aprendizaje y
decisión.
La creatividad es intrínseca a los seres vivos y el sentido de la
evolución es propiciar cada vez más capacidad de creación.
El ser humano es por
excelencia un ser creativo.
A partir de esto se entiende que algunos ecólogos se
representen la tierra como sistema complejo único, un organismo vivo, Gaia.
Cada subsistema está ligado a todos los otros, por el correr del viento, de las
aguas, por la migración de las especies, por los ciclos del crecimiento,
maduración, envejecimiento y muerte.
Por el aire que respiramos estamos unidos
a todos los animales, plantas, también con nuestros motores, fábricas y
chimeneas de nuestra industria.
Además de estas contribuciones, tenemos los aportes de la
psicología de lo profundo, la psicología transpersonal, y de la así llamada
nueva antropología. No podemos detallar aquí toda esa riqueza. Todos coinciden
en esto: el ser humano, biológica y psíquicamente posee una ancestralidad, como
el universo.
Existe una ecología interior y conexiones con todas las energías
del cosmos que pasan por nosotros, nos marcan y nos interligan con el destino
de todos los seres.
Como dice el ecólogo norteamericano Thomas Berry: “El ser
humano, antes menos que un ser habitando la tierra o el universo, es,
sobretodo, una dimensión de la tierra y de hecho del propio universo; la
formación de nuestro modo de ser depende del apoyo y de la orientación de ese
orden universal; en el universo cada ser se preocupa por nosotros”.
Rige pues,
una conspiración benigna entre todos los seres (Feguson). No podemos separar
las olas entre sí, ni las olas del mar; tampoco la luz de su brillo y de su
radiación. Todo coexiste.
De lo dicho se desprende que espiritualidad y ciencia se
implican y completan. Las personas que se orientan por la cosmología
contemporánea, más y más se confrontan con el planeta como un inmenso y
complejo organismo.
Cuando una parte de él es violada, sufrimos también
nosotros. No solo conocemos por la ciencia, sino también por nuestra
conciencia, por nuestra interioridad, por las intuiciones, los sueños, las
experiencias y proyecciones.
Grandes científicos se extasían, ante la complejidad de
lo real, ante aquella fuerza que está por detrás de la energía cósmica. Hay un
unificador de todo ese inmenso organismo total.
Desarrollan una profunda
religiosidad sin por ello ligarse a alguna confesión definida. Más que
religión, ellos profesan una espiritualidad cósmica.
El principio dinámico de auto organización del universo
está actuando en cada una de las partes del todo. Mientras tanto, Dios es el
nombre que las religiones encuentran para sacarlo del anonimato e insertarlo en
nuestra conciencia y en nuestra celebración dé la vida.
Es un nombre de
misterio, una expresión de nuestra reverencia. El está en el corazón del
universo. El ser humano se siente integrado en él, humildemente al lado y junto
a todos los demás seres, pero al mismo tiempo responsable y co-creador, hijo e
hija del Supremo que se hace siempre mendigo para estar cerca de cada uno.
Queremos experimentar a Dios y no solo saber lo que se
dice de él. Nada mejor que una mentalidad ecológica para bucear también en
aquel misterio que todo lo circunda y todo lo penetra, que en todo resplandece
y todo lo soporta.
Para acceder a él no existe un solo camino y una sola
puerta. Esa es la ilusión occidental. Para quien un día lo experimentó, todo es
camino y cada ser se hace puerta para encontrarse con él.
(Tomado de ECOLOGÍA, POLÍTICA, TEOLOGÍA Y
MÍSTICA de Leonardo Boff
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