Imagen: Libro Palabra de Diosa. Ana Luisa Muñoz Flores
Leer
desde una perspectiva de género
Del mismo modo, el
acercamiento a los relatos sobre mujeres en la biblia y en la historia del
cristianismo está siempre condicionado por la conciencia que el teólogo o la
teóloga tenga de sus condicionamientos ideológicos y sociales, desde los que
detectará cuáles son las preguntas que el texto puede suscitarle.
En este sentido es muy importante tener en
cuenta que aplicar una perspectiva de género a los documentos cristianos no es
parcializar la mirada, sino ahondar en los resquicios que otras miradas dejaron
a partir de lo que ocultaron o menospreciaron.
La posibilidad de leer el
texto desde un perspectiva de género es situarse como lector/a renuente, es
decir, que no se deja convencer de que lo que el texto confirma sea lo
“normal”, a la vez que hace un desplazamiento en los roles sociales asignados,
buscando apropiarse también de la autoridad y prerrogativas que la cultura
patriarcal concede exclusivamente a los varones, a partir de un lenguaje
explícitamente inclusivo.
Pero sólo con hacer
presentes a las mujeres no conseguimos liberar su recuerdo. Es necesaria una
recreación imaginativa que busque actualizar las historias y las palabras de
las mujeres sin dejarse atrapar por el marco androcéntrico en que fueron
recordadas.
Hay que aplicar, en palabras
de Schüssler Fiorenza una hermenéutica de la sospecha, para no quedarse sólo
con la narración, sino también con su función en el texto y en su contexto original,
porque no es suficiente abstraer los relatos de su contexto.
Hay que hacer una lectura
atrevida a partir de las marcas opresoras de los textos y elaborar categorías
alternativas que rompan con determinados cánones identitarios y ortodoxos que se
fosilizaron en la cultura y se hicieron definitivos.
Traer a un primer plano a
las mujeres que de algún modo dejaron su huella en la tradición y en la
escritura, significa también tener en cuenta cómo se interpretaron
tradicionalmente esos textos donde aparecían.
Toda lectura, sea de un
texto o de una imagen, provoca un posicionamiento que nunca es neutral, sino
provocado por nuestros códigos existenciales de referencia.
Si fuimos educados en una fe
que consideraba a los varones el prototipo de humanidad, no debiera extrañarnos
que la imagen definitiva de Dios se identifique con la masculinidad de Jesús y
que la palabra más apropiada para nombrarlo sea “padre”.
La teología feminista: Dios ya no habla sólo en masculino como inclusivo y no percibimos la carga de significados que conlleva y su
capacidad de alienación.
Si consideramos, por
ejemplo, que el término discípulo es masculino, decidimos que los seguidores de
Jesús eran sólo varones, admitiendo por lo tanto implícitamente que las mujeres
no alcanzan ese rango; entonces, si no lo alcanzan, ¿qué papel juegan en la
construcción de la iglesia? ¿Qué tipo de buena noticia es para ellas el
evangelio?
La interpretación femenina
incide mucho en todo esto y está reclamando una reforma litúrgica que dé más
protagonismo a las mujeres y utilice un lenguaje más realmente inclusivo.
Aunque este tema del género
gramatical ha levantado pasiones opuestas, militar en este ejercicio no supone
una estrategia feminista, pues atender sólo al género gramatical no anula los
significados de los textos: es necesario hacer también una lectura crítica de
todo el texto y llegar a una traducción histórica y teológicamente adecuada.
Debemos atender no sólo a la
gramática lingüística sino también a la gramática cultural que define
comportamientos, estrategias de poder, prejuicios y exclusiones.
Las teólogas feministas
quieren denunciar estos engaños nacidos de la cultura y proclamar que el Dios
que se anuncia en la biblia es también suyo, aunque les haya llegado mediante
una tradición religiosa que muchas veces ha actuado en su contra.
La historia, la sociología,
la narratología o la antropología cultural e incluso la crítica textual se han
convertido en valiosos instrumentos en orden a rescatar aspectos ignorados y a
formular nuevos marcos de referencia.
Fuente: Carme Soto Varela
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