La vida como imperativo cósmico
29/10/2016
POR LEONARDO BOFF
Durante siglos los
científicos han intentado explicar el universo por medio de leyes físicas,
expresadas mediante ecuaciones matemáticas.
El universo era
representado como una inmensa máquina que funcionaba siempre de forma estable.
La vida y la conciencia no tenían lugar en ese paradigma. Eran asunto de las
religiones.
Pero todo cambió
desde los años 20 del siglo pasado, cuando el astrónomo Hubble probó que el
estado natural del universo no es la estabilidad sino el cambio.
Comenzó a
expandirse a partir de la explosión de un punto extremadamente pequeño pero
inmensamente caliente y repleto de virtualidades: el big bang.
A continuación se formaron
los cuarks y los leptones, las partículas más elementales que, una vez
combinadas, dieron origen a los protones y neutrones, base de los átomos. Y a
partir de ellos, todas las cosas.
Expansión,
autoorganización, complejización y emergencia de órdenes cada vez más
sofisticados son características del Universo. ¿Y la vida?
No sabemos cómo
surgió. Lo que podemos decir es que la Tierra y todo el Universo trabajaron
miles de millones de años para crear las condiciones de nacimiento de esta
bellísima criatura que es la vida.
Es frágil porque
fácilmente puede enfermar y morir. Pero es también fuerte, porque hasta hoy
nada, ni los volcanes, ni los terremotos, ni los meteoros, ni las destrucciones
en masa de eras pasadas, consiguieron extinguirla totalmente.
Para que surgiese
la vida fue necesario que el Universo fuera dotado de tres cualidades: orden,
proveniente del caos; complejidad, oriunda de seres simples e información,
originada por las conexiones de todos con todos.
Pero faltaba
todavía un dato: la creación de los ladrillitos con los cuales se construye la
casa de la vida. Esos ladrillitos fueron forjados dentro del corazón de las
grandes estrellas rojas que ardieron durante varios miles de millones de
años.
Son los ácidos
químicos y demás elementos que permiten todas las combinaciones y todas las
transformaciones.
Así, no hay vida
sin que haya presencia de carbono, de hidrógeno, de oxígeno, de nitrógeno, de
hierro, de fósforo y de los 92 elementos de la escala periódica de Mendeléiev.
Cuando estos varios
elementos se unen, forman lo que llamamos una molécula, la menor porción de
materia viva.
La unión con otras
moléculas creó los organismos y los órganos que forman los seres vivos, desde
las bacterias a los seres humanos.
Fue mérito de Ilya
Prigogine, premio Nobel de química de 1977, haber mostrado que la vida resulta
de la dinámica de la autoorganización intrínseca del propio universo.
Reveló también que
existe una fábrica que produce continuamente la vida. El motor central de esta
fábrica de la vida está formado por un conjunto de 20 aminoácidos y 4 bases
nitrogenadas.
Los aminoácidos son
un conglomerado de ácidos que combinados permiten que surja la vida. Se
componen de cuatro bases de nitrógeno que funcionan como una especie de cuatro
tipos de cemento que unen los ladrillitos formando casas, las más
diversificadas. Es la biodiversidad.
Tenemos, por tanto,
el mismo código genético de base creando la unidad sagrada de la vida, desde
los micro-organimos hasta los seres humanos.
Todos somos, de
hecho, primos y primas, hermanos y hermanas, como afirma el Papa en su
encíclica sobre la ecología integral (n. 92) porque estamos formados con los
mismos 20 aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas (adenina, timina, guanina y
citosina).
Pero faltaba una
cuna que acogiese la vida: la atmósfera y la biosfera con todos los elementos
esenciales para la vida: el carbono, el oxígeno, el metano, el ácido sulfúrico,
el nitrógeno y otros.
Dadas estas
condiciones previas, hace 3,8 mil millones de años sucedió algo portentoso.
Posiblemente del mar o de un pantano primitivo donde burbujeaban todos los
elementos como una especie de sopa, de repente, bajo la acción de un gran rayo
relampagueante venido del cielo, irrumpió la vida.
Misteriosamente
ella está ahí desde hace 3,8 mil millones de años: en el minúsculo planeta
Tierra, en un sistema solar de quinta magnitud, en un rincón de nuestra
galaxia, a 29 mil años luz del centro de ella, sucedió el hecho más singular de
la evolución: la irrupción de la vida.
Ella es la madre
originaria de todos los vivientes, la Eva verdadera. De ella descienden todos
los demás seres vivos, también nosotros los humanos, un subcapítulo del
capítulo de la vida: nuestra vida consciente.
Finalmente, me
atrevo a decir con el biólogo, también premio Nobel, Christian de Duve y con el
cosmólogo Brian Swimme, que el Universo sería incompleto sin la vida.
Siempre que se
alcanza un cierto nivel de complejidad, la vida surge como un imperativo
cósmico, en cualquier parte del Universo.
Debemos superar la
idea común de que el universo es una cosa meramente física y muerta, con unas
pizcas de vida para completar el cuadro.
Esa es una
comprensión pobre y falsa. El universo parece estar lleno de vida y para eso
existe, como la cuna acogedora de la vida, especialmente de la nuestra.
Leonardo Boff escribió con M.
Hathaway El Tao de la Liberación, premiado en 2010 en Estados
Unidos con la medalla de oro en nueva ciencia y cosmología.
Traducción de Mª José Gavito Milano
La vida como imperativo cósmico
29/10/2016
POR LEONARDO BOFF
Durante siglos los
científicos han intentado explicar el universo por medio de leyes físicas,
expresadas mediante ecuaciones matemáticas.
El universo era
representado como una inmensa máquina que funcionaba siempre de forma estable.
La vida y la conciencia no tenían lugar en ese paradigma. Eran asunto de las
religiones.
Pero todo cambió
desde los años 20 del siglo pasado, cuando el astrónomo Hubble probó que el
estado natural del universo no es la estabilidad sino el cambio.
Comenzó a
expandirse a partir de la explosión de un punto extremadamente pequeño pero
inmensamente caliente y repleto de virtualidades: el big bang.
A continuación se formaron
los cuarks y los leptones, las partículas más elementales que, una vez
combinadas, dieron origen a los protones y neutrones, base de los átomos. Y a
partir de ellos, todas las cosas.
Expansión,
autoorganización, complejización y emergencia de órdenes cada vez más
sofisticados son características del Universo. ¿Y la vida?
No sabemos cómo
surgió. Lo que podemos decir es que la Tierra y todo el Universo trabajaron
miles de millones de años para crear las condiciones de nacimiento de esta
bellísima criatura que es la vida.
Es frágil porque
fácilmente puede enfermar y morir. Pero es también fuerte, porque hasta hoy
nada, ni los volcanes, ni los terremotos, ni los meteoros, ni las destrucciones
en masa de eras pasadas, consiguieron extinguirla totalmente.
Para que surgiese
la vida fue necesario que el Universo fuera dotado de tres cualidades: orden,
proveniente del caos; complejidad, oriunda de seres simples e información,
originada por las conexiones de todos con todos.
Pero faltaba
todavía un dato: la creación de los ladrillitos con los cuales se construye la
casa de la vida. Esos ladrillitos fueron forjados dentro del corazón de las
grandes estrellas rojas que ardieron durante varios miles de millones de
años.
Son los ácidos
químicos y demás elementos que permiten todas las combinaciones y todas las
transformaciones.
Así, no hay vida
sin que haya presencia de carbono, de hidrógeno, de oxígeno, de nitrógeno, de
hierro, de fósforo y de los 92 elementos de la escala periódica de Mendeléiev.
Cuando estos varios
elementos se unen, forman lo que llamamos una molécula, la menor porción de
materia viva.
La unión con otras
moléculas creó los organismos y los órganos que forman los seres vivos, desde
las bacterias a los seres humanos.
Fue mérito de Ilya
Prigogine, premio Nobel de química de 1977, haber mostrado que la vida resulta
de la dinámica de la autoorganización intrínseca del propio universo.
Reveló también que
existe una fábrica que produce continuamente la vida. El motor central de esta
fábrica de la vida está formado por un conjunto de 20 aminoácidos y 4 bases
nitrogenadas.
Los aminoácidos son
un conglomerado de ácidos que combinados permiten que surja la vida. Se
componen de cuatro bases de nitrógeno que funcionan como una especie de cuatro
tipos de cemento que unen los ladrillitos formando casas, las más
diversificadas. Es la biodiversidad.
Tenemos, por tanto,
el mismo código genético de base creando la unidad sagrada de la vida, desde
los micro-organimos hasta los seres humanos.
Todos somos, de
hecho, primos y primas, hermanos y hermanas, como afirma el Papa en su
encíclica sobre la ecología integral (n. 92) porque estamos formados con los
mismos 20 aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas (adenina, timina, guanina y
citosina).
Pero faltaba una
cuna que acogiese la vida: la atmósfera y la biosfera con todos los elementos
esenciales para la vida: el carbono, el oxígeno, el metano, el ácido sulfúrico,
el nitrógeno y otros.
Dadas estas
condiciones previas, hace 3,8 mil millones de años sucedió algo portentoso.
Posiblemente del mar o de un pantano primitivo donde burbujeaban todos los
elementos como una especie de sopa, de repente, bajo la acción de un gran rayo
relampagueante venido del cielo, irrumpió la vida.
Misteriosamente
ella está ahí desde hace 3,8 mil millones de años: en el minúsculo planeta
Tierra, en un sistema solar de quinta magnitud, en un rincón de nuestra
galaxia, a 29 mil años luz del centro de ella, sucedió el hecho más singular de
la evolución: la irrupción de la vida.
Ella es la madre
originaria de todos los vivientes, la Eva verdadera. De ella descienden todos
los demás seres vivos, también nosotros los humanos, un subcapítulo del
capítulo de la vida: nuestra vida consciente.
Finalmente, me
atrevo a decir con el biólogo, también premio Nobel, Christian de Duve y con el
cosmólogo Brian Swimme, que el Universo sería incompleto sin la vida.
Siempre que se
alcanza un cierto nivel de complejidad, la vida surge como un imperativo
cósmico, en cualquier parte del Universo.
Debemos superar la
idea común de que el universo es una cosa meramente física y muerta, con unas
pizcas de vida para completar el cuadro.
Esa es una
comprensión pobre y falsa. El universo parece estar lleno de vida y para eso
existe, como la cuna acogedora de la vida, especialmente de la nuestra.
Leonardo Boff escribió con M.
Hathaway El Tao de la Liberación, premiado en 2010 en Estados
Unidos con la medalla de oro en nueva ciencia y cosmología.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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