Imagen: "Amor estival". Ana Luisa Muñoz Flores. alumuflores
Del
cuidado andocrático al cuidado gilánico
Anamaría Hernández Barrantes
El cuidado a partir del
paradigma androcrático El sistema androcrático valora a las mujeres por tres
atributos, fundamentalmente, la belleza, la capacidad de servir y cuidar a
los(as) demás y la maternidad. Atributos que las mujeres asumimos como lo que
da sentido a nuestras vidas y nos pone a rivalizar entre nosotras.
Quisiera reflexionar sobre
el segundo aspecto mencionado: la capacidad de servicio y de cuidado. Es claro
que, tanto a mujeres como a hombres nos han asignado tareas de cuidado pero,
como todas las demás asignaciones de género, estas están diferenciadas y
valoradas de manera asimétrica y jerárquica.
Ser proveedores es el papel asignado a los
hombres, velar por la atención de la familia es el mandato social a las mujeres.
Roles asignados y asumidos que se vuelven comportamientos y formas de vida
“propios” de mujeres y hombres. En el caso de las mujeres, tradicionalmente
tenemos a cargo el cuidado de los hijos y las hijas, del marido, de la madre y
el padre cuando estos están mayores o enfermos y de los enfermos en general.
Somos las mujeres quienes mayoritariamente
pedimos permiso en los trabajos para llevar a las niñas y los niños a las citas
médicas o para asistir a las reuniones de la escuela. Dejamos más fácilmente
nuestros trabajos remunerados para dedicarnos a la crianza de nuestros
descendientes o al cuidado de algún familiar enfermo.
Socialmente, la
responsabilidad de la reproducción biológica y social de la familia (ser madre,
criar y cuidar los hijos, y organizar el hogar), ha sido valorada de manera
ambigua; por un lado, tradicionalmente no es asumida por los hombres, para
quienes su campo de acción es la vida pública y el trabajo productivo el cual
cuenta con un amplio reconocimiento y valoración social. Así en la
jerarquización de las funciones sociales no tiene el mismo valor ser ama de
casa (“espacio propio de las mujeres”) que realizar trabajo en el espacio
público y ser el proveedor de la familia (papel asignado a los hombres) que
como dice Bolt (s.a.: 37) en estas sociedades…”las funciones extrafamiliares
tienen más peso social que las familiares.”
Pero, también es cierto que se maneja un
discurso que “alaba” y “valora” el papel doméstico de las mujeres, se usa como
contenido de la publicidad comercial cercana al día de la madre y se aprecia a
la mujer que no trabaja fuera del hogar y, cuando por “lamentables”
circunstancias tiene que hacerlo, ella continua realizando labores hogareñas
(doble y triple jornada) y en la línea del cuidado de los demás porque “nadie
puede hacerlo como nosotras”.
Una forma de mantener el sistema social y
cultural (Lagarde, 2001). Ahora, bien, el problema no es realizar este tipo de
papeles, el asunto es que: • se asumen como propios de las mujeres por el hecho
de serlo y nos restringen la vida a estos. Nos dan el título de especialistas
en la dedicación a la vida afectiva a costa de la marginación en otros campos
(Amorós: 1985); • esta concepción se sustenta en relaciones de poder que se
ejercen para asegurar la supremacía de los hombres y de lo masculino sobre la
inferiorización previa de las mujeres y de lo femenino.
Estableciendo relaciones de
género antagónicas y jerárquicas. Toda esta visión me lleva a pensar que el
cuidado, en el contexto de una sociedad androcrática, se convierte, para los
hombres, en una oportunidad y una forma de ejercer el poder de dominio
(Lagarde, 1997), porque proveer el sustento familiar da licencia para mandar,
por eso son jefes de familia1 1 También las mujeres que asumen, por diversas
circunstancias, la responsabilidad económica de la familia son llamadas jefas
de hogar.
Además es común oírlas decir que son “padre y
madre”, pues tienen tanto la responsabilidad de cuidar como de mantener
económicamente a la prole. … pues “quien paga la música manda en el baile.
“Cuidar” es tener poder de dominio sobre la persona cuidada. En el caso de las
mujeres, el asunto es más complejo, por un lado, al verse como una obligación,
por la condición de género, el cuidado de la familia se asume conciente o
inconscientemente como una carga, pues no es opción: tengás o no tengás los
recursos internos y externos para hacerlo, tenés que hacerlo. En la que se pone
más de lo que se recibe por lo que es una fuente de constante frustración
(Amorós: s.a., 272). En este contexto, el cuidado de las otras personas más de
una vez significa descuido de sí misma.
Pero también, esta visión del cuidado
androcrático nos da la oportunidad a las mujeres de ejercer una forma de poder,
también de dominio, pues, no pocas veces, crea dependencia por parte de quienes
cuidamos. Esto nos hace sentir valiosas y dar sentido a nuestra vida concebida
en función de los otros. En síntesis, este tipo de cuidado provoca, entre
otros, sobreprotección, control y dominio por parte del cuidador – cuidadora generando,
muchas veces, dependencia y rechazo al mismo tiempo, por parte de los cuidados
y las cuidadas.
El papel de cuidadoras no
solo se ejerce en el ámbito familiar, se vuelve estilo de vida que se despliega
en todos los espacios en los que nos movemos: grupos de amistades, espacios
laborales y de estudio. Es una forma de relacionarnos. Así, se establecen
relaciones entre el yo cuidadora y los otros(as): los cuidados (as), que, entre
otras cosas: • crea dependencia entre cuidadora y cuidado;
• se maneja el control
disfrazado de cuidado;
• se manifiesta ayuda, cuando en realidad es
sobreprotección; • disimula actitudes obsesivas con cercanía y preocupación
(Boff: 2002, 131);
• coarta la libertad y la creatividad.
La
relación yo – nosotros/as caracterizada por el cuidado gilánico Actitudes como
las descritas anteriormente no posibilitan un nosotros/as, porque para que la
experiencia nosotros/as sea posible se requiere, entre otras cosas, que, como
señala Boff, la “acción de diálogo yo – tú [que crea el nosotros/as], sea
liberadora, sinérgica y constructora de una alianza perenne de paz y amor”...
que promueva la autonomía, la libertad, la apertura y la creatividad (2002: 113
y 118) sin agarres ni violencias, como nos propone Restrepo (1994). Que sea una
relación caracterizada por la ternura vital, la caricia esencial, la amabilidad
fundamental, la convivencialidad necesaria, la compasión radical (Boff, 2002).
En este sentido, no una relación de poder de
dominio, sino de poder con… que geste colectivamente soluciones creativas a los
problemas (en sentido amplio), en la lógica sinérgica y de poder para… “poder
generativo o productivo que permite compartir los poderes y favorecer el apoyo
mutuo, abrir posibilidades y acciones sin dominación” (Hernández, 2007: 41).
Así en la generación del nosotras/os ninguna
persona queda excluida, marginada o discriminada, ni es explotada por su
condición de género, edad, etnia, opción sexual, discapacidad y posibilidades
económicas. Pero también se requiere que Yo, en este caso yo mujer, me cuide en
cuerpo, mente y espíritu, sea un ser para mí misma, fortalezca el poder desde
dentro, el poder que surge del ser yo misma, del reconocimiento de mis
experiencias y potencialidades.
Solo así podré participar
sanamente en el cuidado de los otros y las otras en relaciones de reciprocidad,
respeto y libertad que no impliquen carga y mandato. Donde el yo no sea anulado
por el nosotras/os (experiencia de muchas mujeres) ni el nosotras/os quede en
desventaja ante el yo (del padre, del hombre) (Maturana en Eisler, 1993).
Solo así iré e iremos
contribuyendo a hacer posible una sociedad cimentada en una cultura gilánica
(Eisler, 1993).
§
Referencias bibliográficas
§
Amorós, Celia (s.a.) Editora Feminismo y filosofía (en Universidad de La Salle
(2006) Compendio de lecturas del curso Educación y Equidad de Género).
§
Amorós, Celia (1991) Hacia una crítica de la razón patriarcal. (en Universidad
de La Salle (2006) Compendio de lecturas del curso Educación y Equidad de
Género).
§
Boff, Leonardo (2002) El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la
Tierra. Madrid: Trotta.
§
Boff, Leonardo & Muraro, Rose M. (2004) Femenino y Masculino. Una nueva
conciencia para el encuentro de las diferencias. Madrid: Trotta.
§
Bolt, Alan. Masculinidades y desarrollo Rural: una nueva manera de satisfacer
las necesidades humanas esenciales y defender la red de la vida. (en
Universidad de La Salle (2006) Compendio de lecturas del curso Educación y
Equidad de Género).
§
Eisler, Riane (1993) El cáliz y la espada. Nuestra historia, nuestro futuro.
Santiago de Chile: Cuatro vientos; 4º ed.
§
Lagarde, Marcela (1997) Género y Feminismo. Desarrollo Humano y Democracia.
España: Horas y horas, 2º ed. (en Universidad de La Salle (2006) Compendio de
lecturas del curso Educación y Equidad de Género).
§
Lagarde, Marcela (2001) Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas,
putas, presas y locas. UNAM. México. (en Universidad de La Salle (2006)
Compendio de lecturas del curso Educación y Equidad de Género).
§
Hernández, Anamaría (2007). La participación política de las mujeres. Documento
sin publicar.
§
Restrepo, Luis Carlos (1994) El derecho a la ternura. Bogotá: Arango editores.
Fuente: http://centronosotros.or.cr/andocraticogilanico.pdf
Fuente: http://centronosotros.or.cr/andocraticogilanico.pdf
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