Imagen: "Hecate". Ana Luisa Muñoz Flores
DINÁMICA
DE LA PSIQUE: LO MASCULINO Y LO FEMENINO EN EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN
Los
diversos elementos de la psique de la teoría de Jung cobran mayor sentido a
partir de su descripción del proceso de individuación, dirección y destino de
los procesos psíquicos.
La
individuación es el movimiento hacia una totalidad psíquica integrada y
armónica de todos los componentes y oposiciones consciente-inconsciente,
persona-sombra, pensamiento-sentimiento, sensación-intuición,
introversión-extroversión, instinto-espíritu, personal-colectivo,
masculino-femenino, yo-ser.
La
individuación es autorrealización; se trata del proceso que crea un individuo
psicológico, como esencia diferenciada de lo general, de la psicología
colectiva.
La
individualidad se expresa psicológicamente gracias a la función trascendente
del símbolo, el cual contiene la bipolaridad de la psique, “al ser dadas por
esta función las líneas evolutivas individuales que nunca podrán alcanzarse por
el camino prescrito por las normas colectivas”.
Si bien
el proceso de individuación requiere un minimum de adaptación a ellas, este
proceso no es posible sin cierta contraposición a las normas colectivas, en
cuanto supone una orientación distinta como eliminación y diferenciación de lo
general y formación de lo particular. Finalmente, la individuación coincide con
el desarrollo de la conciencia.
En el
proceso de individuación lo consciente tiene que confrontarse con lo
inconsciente y encontrar un equilibrio entre los contrarios, mediante símbolos
producidos espontáneamente por el inconsciente y amplificados por la
conciencia, provenientes en última instancia del ser como representante central
de la psique total.
Este ser,
de naturaleza hermafrodita –a la vez origen de lo femenino y lo masculino y
punto de llegada del proceso de individuación una vez integrados los
componentes tanto femeninos como masculinos de la psique-, constituye el punto
de equilibrio entre el inconsciente y el consciente, y abierto a ambas esferas
de la psique.
En
palabras de Jung:
“Si
visualizamos la mente consciente, con el ego como su centro, en relación
opuesta al inconsciente, y si le añadimos a esta imagen mental el proceso de
asimilar el inconsciente, podemos concebir esta asimilación como una especie de
aproximación entre consciente e inconsciente, en la cual el centro de la
personalidad total ya no coincide con el ego, sino con un punto a mitad de
camino entre lo consciente y lo inconsciente.
Éste sería el punto de un nuevo equilibrio, un
nuevo centramiento de la personalidad total, un centro virtual que, debido a su
posición entre el consciente y el inconsciente, le asegura a la personalidad
una nueva base de mayor solidez” (Jung, 1928: 225).
El
diálogo entre el inconsciente y la conciencia no sólo hace que “la luz que
ilumina las tinieblas sea comprendida por ellas, sino también que la luz
comprenda las tinieblas”.
Se trata,
en el fondo, de un proceso de recentramiento de la propia personalidad,
desplazada de su verdadero centro y, por tanto, alienada en el yo. Individuarse
es encontrarse a sí mismo (ser). Jung vivió este proceso en su propia vida:
“Tuve que
dejarme arrastrar por esa corriente, sin saber a dónde me conducía (...)ví que
todos los caminos que emprendía y todos los pasos que daba conducían de nuevo a
un punto, concretamente al centro (...) ví claro que el objetivo del desarrollo
psíquico es el mismo. No existe un desarrollo real, sólo existe una
circunvalación en torno al ser” (Jung, 1961: 204).
Este
proceso diferenciador-integrador de la personalidad, de la armonización de los
contrarios, tiene para Jung un carácter eminentemente femenino y materno; es un
continuo retorno en espiral al inconsciente colectivo arquetípico o fuente de
vida, representado –tanto en los mitos, las religiones y los sueños- por
símbolos femeninos, particularmente por la gran madre y la matriz o receptáculo
universal:
“Lo que
para Freud era un superyó paterno como salida del mundo de la madre hacia el
universo cultural de la ley, para Jung es un sí mismo materno, manantial
energético inagotable, y matriz de los símbolos unificadores que representan la
ley de la naturaleza y del espíritu, inmanente al propio psiquismo, única
creadora de auténtica cultura humana, cuando es asumida personalmente, en
contraposición a la simple “civilización” social (Vásquez, 1981: 259).
El deseo
incestuoso freudiano se convierte en Jung en un símbolo de unión de contrarios
o hierogamia. Esta diferencia es aclarada por él en una descripción de su
encuentro en los gnósticos del principio femenino-espiritual, en contraposición
al masculino-maternal de Freud:
“La
psicología del inconsciente había sido establecida por Freud con los motivos
gnósticos clásicos de la sexualidad, por una parte, y la autoridad paterna
nociva, por otra.
El motivo
del gnóstico Jehová y Dios creador aparecía nuevamente en el mito de Freud del
padre primitivo y tenebroso, del superyó descendiente de ese padre... Pero la
evolución hacia el materialismo (...) llevó a ocultar a Freud la perspectiva de
un aspecto esencial y más amplio del gnosticismo: la imagen original,
arquetípica del espíritu.
Según la
tradición gnóstica, fue ese Dios quien envió el vaso de las transformaciones
espirituales en auxilio de los hombres. El vaso es un principio femenino que no
halló lugar alguno en el mundo patriarcal de Freud” (Jung, 1961: 209-210).
Para la
psicología junguiana, el dúo inseparable masculino-femenino en permanente
transformación simbólica es la imagen misma del desarrollo psíquico: el juego
constante de uniones y separaciones que aparece en los textos de tradición
hindú.
Las
imágenes de unión con personificaciones de lo maternal no representan un deseo
concreto de unión incestuosa, sino un evento simbólico de renacimiento a partir
de la integración de elementos conscientes e inconscientes.
Se
trataría de una imagen de la búsqueda del ser y no la regresión a un período
infantil.
En
palabras de la psicóloga junguiana Liliane Frey-Rohn:
“La
sabiduría nace en las profundidades; la sabiduría de la madre, ser uno con ella
significa ser dotado de una visión de las cosas más profundas, de las imágenes
primordiales y fuerzas primitivas que subyacen toda la vida, y son la matriz
que la alimentan, la sustentan y la crean” (Frey-Rohn, 1974: 176).
Aunque no
se trata de un proceso lineal en términos analíticos, como ya vimos, se puede
hablar de una serie de “fases” en el proceso de individuación.
Éste se inicia con la separación psicológica
de los padres, pasa por la autonomización del individuo ante la norma cultural
o “desenmascaramiento” de la persona como centro de la psique por medio de la
integración de la sombra, y concluye con la integración del anima o animus.
Llegar al
destino de la energía psíquica, encontrar el centro en el ser –centro de la
totalidad de la psique, el cual ocupa un lugar intermedio entre conciencia e
inconsciente, y está igualmente abierto a los sentimientos de ambos-, requiere
una integración psicológica del principio masculino para la mujer, y del
femenino en el hombre: integración de la otra mitad presente en la psique pero
negada.
Para
Jung, en el proceso de individuación, distinguirse e integrar a la persona y a
la sombra es relativamente fácil en la medida en que “la construcción de una
persona colectivizante apropiada significa una concesión formidable al mundo
externo, un sacrificio genuino del ser que hace que el yo se identifique con la
persona “ (Jung, 1928b: 82). Pero integrar y distinguirse del animus y el anima
es mucho más difícil, en cuanto:
“El
hombre considera una virtud reprimir sus características femeninas, así como la
mujer –hasta hace poco- consideraba indeseable volverse “masculina”: el animus
y el anima representan el inconsciente con todas las tendencias y contenidos
hasta ahora excluidos de la vida consciente” (Jung, 1928b: 78-79).
Esta
represión hace que la función y el principio femenino y masculino adquieran
características degradadas o negativas, como sistema de defensa ante las
incompatibilidades de las demandas internas y externas sobre el individuo.
El
proceso educativo fortalece esta represión de las características que se
consideran debilidades y signos de desadaptación social. Para Jung el efecto de
esta represión y de la proyección de una imagen distorsionada de lo masculino y
lo femenino es un formidable obstáculo para el conocimiento entre los géneros:
“(...) la
mayor parte de lo que los hombres dicen acerca del erotismo femenino y la vida
afectiva de las mujeres se deriva de sus propias proyecciones del anima y
distorsionado de acuerdo con esto. Por otra parte, lo que las mujeres asumen
sobre los hombres proviene de la actividad del animus que produce todo tipo de
falsas explicaciones” (Jung, 1925: 82).
Uno de
los múltiples equívocos de estas representaciones entre los géneros son los
clichés de los hombres acerca del rol de las mujeres en relación con los
sentimientos.
A las
mujeres se les ha cargado con las funciones relegadas por la psique masculina,
en tanto que los hombres presumen que lo que ellos no tienen dentro de su
funcionamiento consciente, lo tienen las mujeres.
Como la aclara
el psicólogo James Hillman, cuando Jung declara en su teoría de los tipos
psicológicos que en las mujeres predomina más la función emotiva, sus
observaciones se refieren a la cultura occidental de su tiempo, mas no a una
ley psicológica:
“Uno de
los clichés más insidiosos de nuestro tiempo (...) es el que declara que el
eros y el sentimiento tienen una afinidad con la mujer.
En este modelo el sentimiento de los hombres
nunca puede ser comprendido adecuadamente de manera que los sentimientos de
amistad son rotulados como homosexualidad latente o transferencia.
En una
sociedad en que los hombres deben mirar hacia la mujer para su educación
sentimental (valores morales y estéticos, organización de las relaciones (...)
expresión de sentimientos), el tipo emotivo masculino deberá ir por el mundo en
disfraz (...) (Hillman, 1971: 118).
Igualmente,
privilegiar las funciones y principios psíquicos correspondientes al propio
sexo conduce a una “especialización de la conciencia del hombre y la mujer:
“Así como
la mujer muchas veces es claramente consciente de asuntos sobre los cuales el
hombre todavía está en la oscuridad, hay campos de experiencia en el hombre que
para la mujer siguen en las sombras (Jung, 1925.959.
Si la
actitud consciente del hombre privilegia y, por tanto, logra un mayor
conocimiento de la dimensión objetiva de la vida, lo subjetivo es para la mujer
más conocido que lo objetivo: la mujer tiene una conciencia muy fina de las
relaciones personales, cuyas sutilezas escapan del todo al hombre.
No obstante,
el temor y represión de lo femenino en el hombre va más allá de esto. En la
medida en que la totalidad del inconsciente es simbolizada por la madre
universal, representa una figura amenazante, tenebrosa y misteriosa, que
“ataca” al yo en su estado consciente. amenazando destruir el precario orden
construido por el yo.
A partir
de esta concepción Jung se explica los fenómenos históricos y religiosos
occidentales que establecen un parentesco entre diablo y mujer que la asocian
con la tentación al pecado, y que excluyen el símbolo femenino de la trinidad
cristiana.
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