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9 de marzo de 2017

DEL MITHOS AL LOGOS






   Imagen: "Ensueño". Ana Luisa Muñoz Flores


Del Mythos al Logos

A inicios de la Edad del Hierro, todas las culturas neolíticas ancestrales de Europa y el sur de Oriente, unidas por su adoración al misterio de la sacralidad femenina y por una organización social relativamente pacífica e igualitaria, estaban pereciendo.

Morían para dar paso a una nueva era: la era del hombre. 
 

ay aún considerables controversias sobre las causas que precipitaron un cambio histórico tan profundo y cismático en la historia del devenir humano.

Según la popular teoría de la antropóloga Marija Gimbutas, el surgimiento de coléricas divinidades del cielo (cuyos símbolos eran el rayo, el aire, el fuego y la tormenta), que se expandían como conquistadores brutales sobre las antiguas teogonías matriarcales, coincide con las invasiones de los pueblos guerreros, arios y semíticos que cayeron en oleadas sobre los pueblos agrarios de la vieja Europa, el Creciente Fértil y la India pre-védica, desde fines de la Edad del Bronce.

Las invasiones crecientes de estos pueblos nómadas no sólo alterarían y desgarrarían el pacífico mundo de las culturas agrarias de la diosa, sino que eventualmente llevarían a un sincretismo cultural que constituiría la base de un nuevo orden social.

Gradualmente, el arquetipo del Padre comenzaba a imponerse sobre la antigua supremacía de la Madre:
  • Atón en Egipto
  • Zeus en Grecia
  • El (que en árabe se convertiría en "Allah") en las tierras semíticas
  • Marduk en Babilonia
  • Assur en Asiria
  • Indra en la India
  • Yahvé en el Canaán hebreo,
...encarnaron los atributos de un dios celestial, masculino, omnipotente y omnipresente, que reinaba soberano sobre todas las cosas.
"La supremacía de los dioses celestes queda asegurada por una casta sacerdotal de sexo masculino en India, en Persia y en el Canaán hebreo, y posteriormente en las culturas cristiana e islámica".
(Anne Baring & Jules Cashford, El mito de la diosa, 1991)
Pero, como hemos visto, este nuevo orden social no estaría fundamentado únicamente en una azarosa violencia histórica, sino en una radical transformación en la conciencia humana. 

Friedrich Engels, cofundador del marxismo, propuso la teoría de que el paso de una organización social comunitaria (matriarcal) a una organizada en torno al poder y la conquista (patriarcal) se debió al surgimiento de la propiedad privada, la que a su vez tendría su origen en los excedentes de riqueza de la tierra, que eventualmente se traducirían en poder.

Sin embargo, el surgimiento de los conceptos de "propiedad" y las leyes que la protegen puede ser visto justamente como una consecuencia material y social del incipiente sentido del "yo" de la mentalidad post-matriarcal, más orientada al poder y engrandecimiento del individuo, que al bien comunal.

Otros autores han visto las causas de esta transformación en el surgimiento de las primeras ciudades-estado:

la transición de la vida rural a la urbanidad, de una vida orientada en torno a los ciclos naturales a otra regida cada vez más por la ley y el poder de emperadores y reyes.
El descubrimiento de la astronomía, como un orden celestial del mundo que se convertiría en reflejo de las jerarquías de los reinos terrenales, también ha sido considerado como un factor clave en este proceso.

Pero quizás la innovación cultural más trascendente que conduciría a esta ineludible mutación histórica, no sería otra que la escritura. El nuevo medio de comunicación escrito, basado en el ordenamiento y la abstracción, favorecería el desarrollo del pensamiento abstracto, reflexivo y racional, sobre la percepción concreta, emocional e intuitiva de la realidad (hemisferio izquierdo sobre hemisferio derecho del cerebro).

Los hemisferios cerebrales, como hoy sabemos, no trabajan de forma completamente aislada uno del otro, pero cada uno está especializado en procesar ciertas funciones, que pueden considerarse como opuestas y complementarias.


Funciones que culturalmente se han tendido a calificar como "masculinas" y "femeninas", respectivamente: el hemisferio izquierdo se especializa en el lenguaje, la lógica y el pensamiento abstracto, mientras que en el derecho es donde tienen lugar fundamentalmente los procesos inconscientes, las emociones, la imaginación, el instinto, la intuición y la apreciación estética.
"El cerebro izquierdo es el del intelecto, el yo; es el cerebro lógico, creador y analítico, el que cree en la ciencia y en la razón, inventa y desarrolla las matemáticas; es el cerebro de la tecnología. Su dominio es la mente consciente de vigilia.

Por el contrario, el cerebro derecho está dominado por el inconsciente (en el sentido junguiano del término), la imaginación creadora, la síntesis, la emoción, los símbolos, la intuición."
(André Van Lysebeth, La pareja interior, 1998)
 


 En su prolíficamente documentada obra El Alfabeto contra la Diosa, el historiador y neurocirujano Leonard Shlain plantea que la introducción de la escritura llevó gradualmente a un mayor desarrollo del hemisferio izquierdo del cerebro (analítico, racional), conduciendo a lo que se conoce como "lateralización hemisférica":
un predominio de uno de los lados del cerebro sobre el otro, lo que también puede ser visto como un desequilibrio o disfunción a nivel cultural. Desequilibrio que se expresó socialmente como el dominio de lo masculino sobre lo femenino.
El desarrollo creciente de la capacidad analítica de la mente introduciría por primera vez el conflicto entre Myhtos y Logos, entre el modo de ser-en-el-mundo basado en la fascinación autoevidente del mito y el rito tradicionales y el de una naciente y heroica consciencia lógico-reflexiva (filosófica).

En Grecia, cuna de la cultura occidental, la escritura, más que cualquier otro descubrimiento en la historia de la cultura humana, daría lugar a la lógica, la filosofía, las matemáticas y la ciencia empírica, y poco a poco iría desplazando a los antiguos mitos ancestrales como sistema absoluto de significación colectiva.
"La mente se desprendió de la experiencia inmediata, concreta, sensual-imaginativa, y se volvió consciente de sí misma en distinción al entorno, estableciéndose así como conciencia.

Este fue el despertar inicial de la 'conciencia razonable' de su previa somnolencia […] En este nuevo modo de ser-en-el-mundo, la conciencia tenía que comenzar no con el conocimiento, sino sólo con ideas acerca del mundo, supuestos, hipótesis que podían ser verdaderas o falsas, es decir, que en principio eran cuestionables, y que por tanto requerían un informe racional y una verificación, fuera racional o empírica […].

De repente la conciencia se había vuelto ella misma responsable de lo que pensaba que era verdad. Tenía que pensar."
(Wolfgang Giegerich, Dialectis & Analytical Psychology, 2005)
Estas nuevas facultades de abstracción y diferenciación corresponden, como hemos visto, a una mayor autonomía del yo (ego) frente a los instintos naturales y frente a los valores tradicionales del grupo colectivo.
"En los momentos decisivos, el individuo ya no se apoyaba tanto en las respuestas instintivas a los estímulos externos o en la mera imitación formal de una tradición social estable, sino que cada vez estaba más sometido al dominio y al control de sus propios procesos de pensamiento".
(Julian Jaynes, El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral, 1976)
El precio de la capacidad auto-reflexiva del ser humano y del aumento de su conciencia frente a la impulsividad instintiva y la fascinación mítica, sin embargo, parece haber sido la pérdida de una considerable armonía social, de su percepción natural de la sacralidad de la vida y de su inherente identidad con el mundo.

La introducción del nuevo carácter lógico-reflexivo en la conciencia humana, por otra parte, sería gradual y, en la mayoría de los casos, privilegio de ciertas élites.


Por esta razón, el despertar de la "conciencia razonable" no haría desaparecer del todo el poder colectivo de las narrativas míticas, sino que ésta se adecuaría dentro de una nueva mitología que reflejaba el nuevo ser-en-el-mundo y los sistemas de valores que lo acompañaban, una mitología del ego, en la que el hombre soberano, conquistador, heroico y racional, ocupaba el lugar central, desde el que señoreaba sobre todas las cosas.

El trágico y heroico sacrificio de Sócrates en nombre de la verdad sería el ejemplo paradigmático de cómo el naciente Logos quedaría subordinado también, durante miles de años, a los nuevos esquemas autoritarios de un pensamiento mítico sustentado en valores patriarcales.

Junto con el desarrollo de la autoconciencia y el naciente poder del "libre albedrío", tendría también lugar la emergencia de un concepto que sería central para las culturas patriarcales: la culpa, que implica una transgresión a las leyes divinas del mundo.


El sentimiento de culpa, nos dice el psicólogo Wolfgang Giegerich, no tenía existencia en el modo de conciencia pre-filosófico de las culturas prehistóricas.
"¿Cómo podría, si el hombre estaba allí en una identidad con el mundo? Podía haber errores, actos equivocados, pero no culpa en un sentido moral […] La emergencia de la idea y la experiencia de la culpa refleja simplemente el acto lógico del divorcio de la mente de su unidad simbiótica con la naturaleza".
(Wolfgang Giegerich, Ibid)
La idea de culpa se manifestó en la cultura griega en los conceptos de hamartía e hybris, que con tanto énfasis y dramatismo han sido expresados en la tragedia.

Mientras que las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), hicieron de la culpa el bastión central sobre el que se sostendría toda su cultura. En este punto, podemos ver como la tríada universal de ley-culpa-castigo (el "padre introyectado") se manifestaría en el inconsciente humano como el "Superyo" descrito por Freud.

Junto con el concepto de culpa, la idea del Bien y el Mal como realidades absolutas e irreconciliables se solidificó en estas culturas.


El bien pasaba a estar definido por la adecuación a la "ley del Padre", mientras que el mal constituía su transgresión. Y la ley del Padre, su ley divina, estaba grabada ahora en palabras sagradas.

En el código legal mesopotámico más antiguo que se conoce, atribuido al rey Urokagina de Lagash, la nueva cultura patriarcal dejaba claro cuál sería el lugar de la mujer en el nuevo orden social:
"Si una mujer habla contra su hombre, su boca será machacada con un ladrillo al rojo".
(Código de Hammurabi, h.2350 a.C.)

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