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9 de marzo de 2017

FEMENINO-MASCULINO




                       Imagen: "Amor estival". Ana Luisa Muñoz Flores

   
Femenino- Masculino



El cuestionamiento que desde fines del siglo XIX el feminismo hizo de los solidificados y opresivos roles de género en la cultura significó la ruptura de las concepciones estereotipadas de lo que una mujer y un hombre es, de lo que pueden o no hacer y de los espacios sociales que pueden o no ocupar.

Este revolucionario y necesario cuestionamiento se radicalizó a fines del siglo XX, apoyado en el paradigma del construccionismo social, el cual, si por una parte tornó evidente cómo todos los hábitos y costumbres de las sociedades son "construcciones culturales" de cada época y contexto determinado, llegó a convertirse en un rechazo sistemático a cualquier intento de síntesis transcultural que permita comparar y comprender el porqué de estas transformaciones culturales y atisbar detrás de ellas cualquier desarrollo o evolución histórica general.


Dentro de este marco, el llamado "feminismo radical" puso énfasis en el concepto de construcción social de los roles de género, y su tendencia ha consistido en negar cualquier tipo de diferencia en la psicología y las capacidades predominantes de cada sexo, como si cualquier diferenciación constituyera la base una nueva posible forma de opresión o el ajuste a falsas concepciones prejuiciosas y sexistas de lo femenino y lo masculino.


No obstante, hoy en día son claras las evidencias que muestran que existen ciertas diferencias en la psicología de hombres y mujeres, diferencias que se expresan como tendencias innatas o condicionamientos cerebrales y hormonales.

Recientemente, las diferencias en la estructura cerebral de hombres y mujeres fueron reconfirmadas por un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Pensilvania, en una investigación en la que utilizaron una nueva técnica de resonancia magnética.


El origen de estas diferencias podemos buscarlo en los primeros estadios de la evolución humana: las culturas prehistóricas (y prematriarcales) del paleolítico, el período más extenso de la existencia humana (abarca 99% de ella).


Las condiciones de vida de estas culturas humanas primigenias definirían universalmente las características básicas de cada sexo, y los primitivos roles de género no serían asignados en función de sexismos arbitrarios, sino como una estrategia necesaria e inteligente para la supervivencia de la especie.
"A pesar de la distancia de nuestra civilización con las cuevas de Lascaux, seguimos estando enormemente influidos por el diseño neurológico original que dio lugar a unos cazado­res-recolectores nómadas, que tuvieron gran éxito como especie […].

Debido a sus diferentes funciones, la evolución, al pasar el tiempo, proveyó emocionalmente a hombres y mujeres para que respondieran de forma diferente ante diferentes estímulos.

Esto hizo que ambos percibiesen el mundo de forma distinta, tuviesen diferentes estrategias de supervivencia, formas de compromiso y, en última instancia, formas diferentes de conocimiento: la forma del cazador/matador y la forma de la recolectora/cuidadora".
(Leonard Shlain, El Alfabeto contra la Diosa, 2000)

 El hombre, de contextura y fuerza física mayor, se ocupó de la arriesgada, violenta y heroica actividad de la caza, ocupación en la que tendría que desarrollar capacidades indispensables para su supervivencia.

Por esta razón, actitudes basadas en valores heroicos tales como la valentía y la fuerza, pasarían a constituir para estas culturas ancestrales las características definitorias de lo masculino.

En función de estas necesidades, el hombre desarrolló un vínculo más fuerte entre la parte delantera y la trasera del cerebro, lo que le otorgo mayores capacidades motoras, percepción focalizada, acción coordinada y facultades de orientación.

La testosterona, hormona vinculada tanto a la agresividad como al impulso sexual, se encuentra presente en una cantidad entre 10 y 20 veces mayor en hombres que en mujeres.

La caza, entre otras cosas, exige sangre fría, por lo que percepciones emocionales no compatibles con ésta, como la sensibilidad y la empatía, se infravaloraron, lo que también tendría su impacto en la configuración del sistema nervioso.

En su lugar, la amígdala, considerada como "el centro del control emocional", vital para responder a situaciones de peligro, tuvo un mayor desarrollo.


La mujer, por su parte, junto con la recolección de alimentos, se dedicaría al cuidado y la crianza de los hijos, actividades en las que son primordiales la empatía, la sensibilidad, y la relación con el otro.


Esto la llevaría a desarrollar un mayor grado de conexión neuronal entre los hemisferios cerebrales (las mujeres tienen entre 10% y 33% más de fibras neuronales en el cuerpo calloso que los hombres), lo que implica una mayor intensidad en las respuestas emocionales y una mayor percepción de éstas, así como una mayor facilidad para realizar diversas tareas al mismo tiempo.

Allí también podría encontrarse el origen de la famosa "intuición" emocional femenina.

Y si la testosterona es la hormona masculina más predominante, la oxitocina, conocida coloquialmente como "la hormona de las relaciones", que se incrementa en las mujeres durante el orgasmo, el parto y la lactancia, podría ser considerada en cierto modo como su contra-cara.

El cariño y cuidado del otro, la excitación sexual y el amor romántico, así como la confianza, el respeto y la tolerancia en las relaciones sociales son los atributos más característicos de esta hormona.


Debemos considerar, entonces, los efectos de la evolución biológica en los rasgos psicológicos propios de cada sexo como factores tan relevantes para condicionar el carácter de hombres y mujeres como los culturales.


E incluso podemos ver cómo los propios condicionamientos culturales (las concepciones estereotipadas de lo que un hombre y una mujer son y deben ser) están enraizados en estos primitivos condicionamientos biológicos, en una interdependencia que tiende a cristalizarse y a perpetuarse mutuamente, a pesar de que nuestras potencialidades humanas van mucho más allá de ellos.
"Las diferentes estructuras y funciones biológicas del cuerpo del hombre y del cuerpo de la mujer predisponen de manera innata hacia aquellas diferencias sexuales que son caricaturizadas por el estereotipo masculino (activo y agresivo pero, por otra parte, poco emotivo) y por el estereotipo femenino (pasivo y no agresivo pero, por otra parte, más emotivo), etcétera".
(Ken Wilber, Ibid)

Fuente: http://www.bibliotecapleyades.net/ciencia/historia_humanidad31.htm


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