Imagen: "Crisálida". Ana Luisa Muñoz Flores
COMPLEJOS AUTÓNOMOS
La
energía producida por la tensión entre consciente e inconsciente agrupa en
torno a ella diversos contenidos psíquicos, formando una especie de
constelación o “complejo”.
Estos
complejos tienden a separarse de la conciencia, adquiriendo a veces una vida
autónoma.
Además de
quedar por fuera del control de la conciencia, pueden actuar sobre ella,
obedeciendo a sus propias normas: se trata, pues, de “escisiones psíquicas”.
Según el complejo que representen, se personifican en una figura de un hombre o
una mujer. Entre estos complejos están la persona, la sombra, el animus y el ánima.
La persona
La
“persona” o el “yo” es la máscara que se ve obligado a utilizar el sujeto en su
vida social cotidiana; así mismo, es la función que permite la adaptación al
mundo externo. En palabras de Jung:
“La
persona es un complicado sistema de relaciones entre la conciencia individual y
la sociedad (...) un tipo de máscara, diseñada por una parte para lograr una
impresión definida sobre los otros y, por otra, para ocultar la verdadera
naturaleza del individuo” (Jung, 1928: 192).
La
“Persona” representa la actitud consciente, y como tal ocupa en la psique una
posición opuesta al inconsciente. Al tomarse erróneamente como centro de la
psique, Jung lo denominó “complejo del yo”, entendido como el complejo de
representaciones que constituyen para el individuo el centro de su zona
consciente y que aparenta ser el elemento psíquico de máxima continuidad e
identidad. Según Jung, en cuanto el yo es el centro de la zona consciente del
individuo no es idéntico a la totalidad de la psique, sino simplemente un
complejo entre otros complejos.
Este
complejo del yo sería el que produciría las identidades personales –incluyendo
las de género-, producto de factores biológicos y culturales, las cuales no han
sido cuestionadas por el individuo. Se trataría, por tanto, de identidades
frágiles, en conflicto permanente con elementos inconscientes contrarios a la
identidad construida por el yo.
La sombra
La sombra
es la oposición en el inconsciente personal a la “persona”; constituye:
“La parte
inferior de la personalidad. La suma de todas las disposiciones personales y
colectivas, que no son vividas a causa de su incompatibilidad con la forma de
vida elegida conscientemente, y constituye una personalidad parcial
relativamente autónoma (...) La sombra se comporta con respecto a la conciencia
como compensadora; su influencia, pues, puede ser tanto positiva como negativa”
(Jung, 1961: 419).
Para Jung
el hombre sin sombra es aquel que cree que puede afirmar que él (o ella) es
solamente lo que se digna saber de sí mismo.
Esta
negación de la sombra hace que sea frecuente su proyección sobre los demás. Los
defectos y debilidades que no somos capaces de reconocer en nosotros mismos se
los atribuimos a otros individuos, el chivo expiatorio, sea éste un enemigo,
otra cultura o, con mucha frecuencia, miembros del sexo opuesto.
El animus y el anima
Si la
sombra, como complejo localizado primordialmente en el inconsciente personal
que representa la oposición a la persona, se personifica en una imagen
simbólica del mismo sexo, cuando pasa a los planos inferiores de lo
inconsciente y se le suman ciertos contenidos colectivos ya no puede ser
representada por una figura del mismo sexo que el yo, sino que se expresa en
una figura del otro sexo que, para el hombre, Jung denominó el ánima, y para la
mujer, el animus.
El ánima
está condicionada fundamentalmente por eros, el principio de unión, de
relación, de intimidad, de subjetividad, mientras que el animus en general está
más identificado con logos, el principio discriminador o diferenciador de la
palabra, la ley, la objetividad.
En una de
sus manifestaciones, con la forma de figura materna específica, el ánima se
expresa universalmente como madre naturaleza, vientre materno, diosa de
fertilidad, proveedora de alimento; en tanto que animus, como arquetipo de
padre, se personifica en mitos y sueños como gobernante, anciano, rey.
Como
legislador habla con la voz de la autoridad colectiva y constituye la
personificación del principio del logos: su palabra es la ley. Como Padre en
los cielos, simboliza las aspiraciones espirituales del principio masculino,
dictando sentencias, recompensando con bienaventuranzas y castigando con
truenos y rayos (Stevens, 1990: 81).
El ánima,
como la mayor parte de los descubrimientos junguianos, comenzó siendo una
vivencia personal: “Una mujer en mí”. De su experiencia de vida y, en el caso
del animus, de recurrencias en los símbolos de los sueños de sus pacientes,
Jung formuló los conceptos de anima y animus a partir de una pregunta
fundamental: ¿Cómo podría el hombre comprender a la mujer y viceversa, si cada
uno de ellos no tuviera psicológicamente una imagen del sexo complementario?
Así
mismo, igual que el animus, se manifiesta con una doble cara: superior e
inferior, celeste y terrena, divina y demoníaca, mujer ideal y prostituta.
La
primera portadora de la imagen del anima es generalmente la madre. Más adelante
serán las mujeres que estimulen el sentimiento del hombre, no importa si en
sentido positivo o negativo, puesto que el ánima “al querer la vida quiere el
bien y el mal”, sin preocuparse de la moral tradicional.
El animus
y el ánima están en una relación de paralelismo complementador y compensador,
especialmente respecto a la dimensión erótico-sexual; así como en cierto
aspecto la “persona” representa un puente entre la conciencia del yo y el
objeto del mundo externo, así también el animus y el ánima actúan como puerta
para las imágenes del inconsciente colectivo (Jung, 1986, 410).
La
configuración del animus y el ánima tiene dos niveles. El primero, si bien
incorpora ciertos contenidos psíquicos del inconsciente colectivo, está
localizado en el inconsciente personal y es en buena medida producto de todas
las vivencias respecto al otro sexo, a partir del nacimiento y comenzando por
la figura del padre o de la madre. Y un segundo nivel en cuanto arquetipo del
inconsciente colectivo.
“Todo
hombre lleva la imagen de la mujer desde siempre en sí, no la imagen de esta
mujer determinada (...)
Esta
imagen es, en el fondo, un patrimonio inconsciente (...) grabada en el sistema
vivo, constituye un arquetipo de todas las experiencias de la serie de
antepasados de naturaleza femenina, un sedimento de todas las impresiones de
mujeres, un sistema de adaptación psíquica heredado (...) Lo mismo vale para la
mujer; también ella tiene una imagen innata del hombre” (Jung, 1961: 409).
El ánima
en cuanto función inferior, es decir, contraria a la que predomina y es
valorada en la conciencia, está compuesta de “afinidades inferiores afectivas”,
es “una caricatura, en el nivel más bajo del eros femenino”.
Se
personifica en la figura de una sola mujer como unidad, siempre dentro de su
bipolaridad positivo-negativa, superior, inferior, espiritual-instintiva,
salvadora-destructora. Es más configurada que el animus y más centrada en el
pasado.
Así
mismo, el ánima es la mediatriz con el inconsciente y, por tanto, es una
función de relación. En la medida en que las emociones del hombre sean
reprimidas o su función emotiva esté subdesarrollada, el ánima tendrá un tono
más emotivo, y representará mucho más la función emotiva.
Cuando
las valoraciones emotivas del hombre están ausentes de la esfera de su
conciencia, son remplazadas por sobrevaloraciones y entusiasmos del ánima.
En cuanto
al animus, también como función inferior, “produce opiniones que descansan
sobre hipótesis apriorísticas y dan certeza sin ser pensadas por el yo”.
Está
hecho de juicios inferiores u opiniones y representa un logos inferior, “una
caricatura del diferenciado espíritu del hombre”. Se personifica en la figura
de varios hombres, como una pluralidad.
De ahí
que aparezca “algo así como un consejo de familia y otras autoridades que
formula ex cátedra sentencias razonables inimpugnables”. Está menos configurado
y más centrado en el presente y orientado hacia el futuro.
Se
proyecta en varios hombres o en un grupo, preferentemente en autoridades y
hombres considerados superiores. Al igual que el ánima, tiene una bipolaridad
positivo-negativa (Vásquez, 1981: 67-68).
Si la
mujer no encara adecuadamente las demandas psicológicas de las funciones
racionales y conscientes, el animus adquiere características autónomas y
negativas y trabaja de manera destructiva hacia ella o en sus relaciones con
los demás, hasta el punto de que puede avasallar el yo consciente, y de esta
forma dominar toda la personalidad.
La
proyección, tanto del ánima como del animus, no es sólo la transferencia de una
imagen a la otra persona, sino también de sus funciones:
“(...) se
espera que el hombre al cual se ha transferido la imagen del animus ejerza
todas las funciones que han permanecido subdesarrolladas en esa mujer, ya sea
la función del pensamiento, o la capacidad de actuar, o la responsabilidad
hacia el mundo externo.
A su vez, la mujer sobre la cual un hombre ha
proyectado su anima debe sentir por él, o establecer relaciones para él, y esta
relación simbiótica es, en mi opinión, la causa real de la dependencia
compulsiva que existe en estos casos” (Emma Jung, 1957: 10).
Psicólogo
PhD en Historia y Filosofía de la Educación, Universidad de Londres
Exdirector del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, Bogotá.
Investigador independiente.
PhD en Historia y Filosofía de la Educación, Universidad de Londres
Exdirector del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, Bogotá.
Investigador independiente.
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