La
conexión transcendente: globalidad, espiritualidad y humanidad
En
los últimos decenios se está produciendo la configuración de una nueva
espiritualidad mundial: más allá de la “Nueva Era”, los nuevos movimientos
religiosos y la edición masiva de libros de autoayuda, que en todo caso son un
síntoma a valorar y no a despreciar, parece emerger lo que Lenoir (2005)
denomina una “nueva espiritualidad”, una “espiritualidad laica” sin creencias,
sin religiones y sin dioses (Corbí, 2007), o lo que Beck (2009) ha bautizado
como una espiritualidad del “Dios personal” transversal y superadora de
las confesiones mundiales con sus reglas, dogmas, institucionesy preceptos.
Una
espiritualidad libre, interna (esotérica), frente a la externa(exotérica) de
las religiones convencionales, al tiempo que híbrida y por ellopotencialmente
cosmopolita.
Lo
que sorprende constatar es que esta nueva espiritualidad se está desarrollando
en coincidencia con la intensificación de la globalización, o más exactamente,
en coincidencia con la emergencia del concepto y problemática de la
globalización (entre los años setenta y ochenta), justo en el contexto que
marca el tránsito a la entrada en la segunda modernidad.
Pues
bien, lo que nosotros sostenemos es que, aunque ya hacía milenios que las
tradiciones místicas destacaban la centralidad vital de la interconexión e interdependencia,
y aunque dicha centralidad sólo tardíamente ha empezado a ser descubierta por
la ciencia (fundamentalmente la física y la psicología en la primera mitad del
siglo XX), la intensificación de los procesos de globalización social en la
segunda mitad del siglo XX (si bien eran también seculares) ha hecho que la
interconexión e interdependencia se hayan convertido en los principales temas
de las sociedades complejas.
De
este modo, lo que comenzó en el plano espiritual y místico acaba manifestándose
en el plano material y social, como lo demuestra la progresiva y acelerada “redificación”
del mundo (McNeill i McNeill, 2004), y es esta constatación encadenada (la
conectividad
de conectividades , mística, física, psíquica y social), lo que
acaba generando (aunque también puedan intervenir otros factores), la activación
de una nueva espiritualidad cosmopolita.
Lo
cual es como decir que el desarrollo de una espiritualidad global acaba
potenciando una globalización espiritual, coincidente, por otra parte, con la
propia esencia del misticismo, que necesariamente, al transcender tiempo y
espacio, es global y universal.
La
nueva espiritualidad global cosmopolita difiere de las anteriores en que esta última
emerge a partir de la consciencia reflexiva derivada tanto de los intensos
fenómenos de globalización social como de las conectividades física, biológica
y psíquica nacidas con la radicalización de la modernidad.
Al tiempo, esa
globalización espiritual va emergiendo como el ambiente conectivo último, y necesariamente inmaterial, de la globalización. A
esto es a lo que denominamos conexión transcendente .
En
nuestro planteamiento, el surgimiento de una nueva espiritualidad global o
cosmopolita, que es también la globalización de lo espiritual más allá de cada
una de las tradiciones originarias, va a reforzar desde una nueva perspectiva
el discurso moderno de los derechos humanos, aportándoles una transcendencia
global y espiritual más allá del marco estrictamente secular e ilustrado en el
que se desarrollan.
En
todo caso, el hecho de que el mismo concepto y esencia de los derechos humanos,
y del mensaje ilustrado, esté tan ligado al legado filosófico del cristianismo
original (Lenoir, 2010), subrayan los elementos espirituales ya inherentes al
propio proyecto de la “invención de los derechos humanos” (Hunt, 2009).
Como
ha señalado Junquera (2010), los Derechos Humanos, en unasociedad mundial que
comparte varios elementos comunes y que funciona
como
una “aldea global”, suponen el mínimo de convergencia ética mundial, como
resultado de la confluencia de distintas corrientes éticas. En ese sentido, los
derechos humanos son categorías morales que expresan valores básicos para toda
la sociedad. Esos valores son, fundamentalmente, los relativos a la dignidad
humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Los
valores que defienden los derechos humanos, según este autor, son universales,
colocándose
por encima de los valores propios de cada cultura.
En
este sentido, “los valores culturales son importantes, siempre que no se
opongan a
los
valores globales ni supongan una merma de los mismos.” (Junquera,2010:178).
Desde ese punto de vista los valores globales inherentes a los derechos
humanos, en la medida en que han sido capaces de crear el mayor consenso ético
de la historia humana, contienen la tarea de convertir el planeta en una “aldea
humanizada y humanizadora” (Junquera, 2010:178).
Queda
así patente el elemento universalista y globalista presente en los derechos humanos,
cuyos valores hemos de insistir que ya se encuentran en esencia en la mayor
parte de las tradiciones místicas, especialmente en le cristianismo.
Como
señala Hunt (2009), los derechos humanos poseen las cualidad es de igualdad,
naturalidad y universalidad, los cuales adquieren por primera vez expresión
política en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos(1776) y en la
Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano francesa de 1789, para
convertirse realmente en universales en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1948.
Para
Hunt, la progresiva invención de los derechos humanos es fruto de un largo proceso
que persigue el fomento de la empatía humana, si bien también
generó,
como reacción, ideologías fanáticas que hacían hincapié en la diferencia y en
la exclusión: “La empatía no está agotada, como han afirmado algunos.
Se ha convertido en una fuerza beneficiosa,
más potente que nunca.
Pero
el efecto opuesto, causado por la violencia, el dolor y la dominación, también
es mayor que nunca” (Hunt, 2009: 218). Con todo, y según la
tesis de Rifkin (2010), existe un significado subyacente a la historia humana
que impregna y transciende las diversas tradiciones culturales que forman
la variada historia de la especie humana, un significado referido a la progresiva
evolución y ampliación de la consciencia empática de los seres humanos, que acompaña
al propio proceso del desarrollo de la individualización, la diferenciación, la
complejización y la globalización y genera transcendencia, en la medida que
avanza la consciencia empática planetaria y crece también el riesgo de entropía
global:
“Empezamos a vislumbrar la posibilidad de que, después de todo, el periplo humano tenga un propósito, de que la sensación cada vez más profunda de la propia identidad, la extensión de la empatía a otros ámbitos de la realidad más amplios e inclusivos y la expansión de la conciencia humana sea el proceso transcendente por el que exploramos el misterio de la existencia y descubrimos nuevos ámbitos de significado”(Rifkin, 2010:47).
“Empezamos a vislumbrar la posibilidad de que, después de todo, el periplo humano tenga un propósito, de que la sensación cada vez más profunda de la propia identidad, la extensión de la empatía a otros ámbitos de la realidad más amplios e inclusivos y la expansión de la conciencia humana sea el proceso transcendente por el que exploramos el misterio de la existencia y descubrimos nuevos ámbitos de significado”(Rifkin, 2010:47).
En
los últimos tiempos diferentes autores, algunos de ellos bastante influyentes,
han llamado la atención sobre la emergencia de una conciencia global de la
humanidad, sobre la formación de una especie de “identidad cosmopolita”
(Bilbeny, 2007) que es coherente con una sociedad global y cada vez más compleja que requeriría una “antropolítica” o política de la
humanidad para evitar el abismo de la autodestrucción (Morin, 2010), en la medida
que la humanidad se perfila como sujeto histórico en su conjunto, como sujeto
en última instancia de la identidad planetaria en formación (Morin, 2003).
Bauman
(2008) también ha subrayado como, en el contexto dela modernidad líquida, uno
de los principales retos es conjugar la diversidad cultural con la idea de una
sola humanidad, y Wallerstein (2009) ha propugnado la necesidad de un nuevo
universalismo que transcienda los anteriores, limitados y parciales, para erigirse
como referente de sentido colectivo.
En
este contexto de formación de una consciencia verdaderamente global del género
humano la construcción de los derechos humanos se revela esencial, pero a su
vez parece ganar relevancia la contribución de la nueva espiritualidad
resultante de la convergencia de conectividades, en la medida que dicha
convergencia permita visibilizar cada vez más el significado de la unidad en la
diversidad.
Evidentemente,
la globalización espiritual, de acuerdo con el modelo de nueva espiritualidad,
está en sus inicios, en la medida en que sólo desde hace relativamente poco
tiempo ha sido posible una nueva síntesis entre las diversas tradiciones de la
filosofía perenne.
Sin
embargo, la creciente extensión de redes, comunidades y sensibilidades
espirituales sintéticas, que subrayan lo esencialmente compartido frente a los
aspectos formales o dogmáticos, refuerzan una suerte de universalismo
espiritual, con potenciales traducciones políticas (y
también económicas), que puede ayudar a
reforzar la autoridad y permanencia del discurso y práctica de los derechos humanos , aportándole transcendencia y significado más allá de sus aspectos éticos más circunscritos a la tradición ilustrada secular.
Se trata de una vía de investigación que debe ser atendida, pues puede aportar interesantes conexiones teóricas y plantear nuevos espacios para la reflexión de la sociedad globalizada.
Se trata de una vía de investigación que debe ser atendida, pues puede aportar interesantes conexiones teóricas y plantear nuevos espacios para la reflexión de la sociedad globalizada.
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Fuente: Por G Hernandez
http://www.academia.edu/1617402/_Hacia_una_nueva_transcendencia_global._Globalidad_espiritualidad_y_humanidad_