Imagen: Argentina - Ana Luisa Muñoz Flores
El SEÑOR es mi pastor Salmo de David.
1 El SEÑOR es mi pastor,
nada me faltará.
2 En lugares de verdes pastos me hace descansar;
junto a aguas de reposo me conduce.
3 El restaura mi alma;
me guía por senderos de justicia
por amor de su nombre.
4 Aunque pase por el valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo;
tu vara y tu cayado me infunden aliento.
5 Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos;
has ungido mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
6 Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa del SEÑOR moraré por largos días.
Las citas Bíblicas son tomadas de La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, La Habra, Calif, http://www.lockman.org. Usadas con permiso.
El Salmo 23, "El Señor es mi pastor, nada me falta", es el más comentado por la Tradición y el más asimilado por la piedad popular. Y con razón, porque es un salmo que une a su gran sencillez una enorme altura lírica y espiritual. Ha sido rezado por personas de todas las tradiciones religiosas y por quienes, aun sin profesar credo alguno, alimentan una dimensión espiritual en sus vidas. Los salmos emergen de la vida con sus contradicciones, sus luces y sus sombras.
El salmo 23, que hunde sus raíces en la vida real, no escapa a esta misma dialéctica. Tiene como telón de fondo un drama: existe un valle tenebroso, un valle de la muerte: hay enemigos: hay persecución...
Y en ese contexto aparece Dios como pastor y como «hospedero» y nos asegura: «Yo estoy contigo», «nada te falta» y «habitarás en la Casa del Señor por días sin fin».
Dios toma partido: está de un lado de la contradicción, del lado de quien teme ser perseguido. Por eso podemos vivir tranquilos y confiados.
Transparente y conmovedor, El Señor es mi pastor nos muestra que el miedo es un reflejo de la condición humana, hecha de esperanzas, desamparo y búsqueda de consuelo.
En algunos momentos percibimos que no somos señores de nosotros mismos, que estamos a la merced de fuerzas que no podemos controlar. Y nos desesperamos al sentirnos abandonados... hasta que la fuerza de la fe transforma nuestros sentimientos.
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