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12 de diciembre de 2016

LA DIFAMACION DE LA DIOSA








Imagen: "Magnificiencia de Astarté"- Ana Luisa Muñoz Flores




La difamación de la Diosa en la Biblia 


Muchos de los profetas hebreos consideraban su llamado divino apartar a su pueblo del culto de las Diosas cananeas Aserá, su hija Astarté-Anat (Ashtoreth), junto con su hijo Baal: 

“Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombre” (Salmos 115:4) Esto debido a evitar que las imágenes participasen de la esfera de la religión, para impulsar a la consciencia a concentrarse más profundamente en la dimensión que está más allá de las apariencias, esto es, más allá de cualquier cosa que pueda ser representada en la naturaleza. Los salmistas insistían en que estos ídolos no estaban llenos de nada, no tenían un “interior”. Eran meras apariencias huecas de vida: 

“Tienen boca y no hablan, 
tienen ojos y no ven, 
tienen orejas y no oyen, 
tienen nariz y no olfatean. 
tienen manos y no palpan, 
tienen pies y no caminan, 
tienen garganta sin voz. 
¡Sean como ellos los que lo hacen, 
los que en ellos ponen su confianza! “(Salmos 115: 4-8). 

Lo que hacían los profetas era transferir la soberanía de la forma externa al corazón interno, donde la voz de la divinidad podía ser escuchada personalmente y tener un diálogo espiritual. 

Esta “guerra” penetró en los siglos venideros en los valores como guerra santa de lo masculino contra lo femenino en la evolución de la conciencia. Las leyes levíticas pensadas para erradicar no sólo las imágenes de la antigua conciencia religiosa, sino también sus prácticas culturales, tales como las relaciones sexuales con las sacerdotisas del templo y el cuidado por parte de las mujeres de los niños nacidos de esas uniones. 

La matrilinealidad en la descendencia fue abolida, y al asegurarse de que la semilla israelita no se perdiese durante los ritos estacionales de fertilidad de Anat y Baal, se estableció la certeza de la descendencia patrilineal. 

La descendencia patrilineal se garantizó bajo pena de muerte al exigirse que las hijas fuesen vírgenes antes del matrimonio, y que las mujeres perteneciesen exclusivamente a sus maridos. La amarga lucha entre el sacerdocio levita y las costumbres cananeas se refleja en el relato de Génesis 2-3 en la imagen peyorativa de Eva. 

El único y curioso vestigio de la costumbre anterior de la descendencia matrilineal es el hecho de que la ascendencia judía se hereda hasta nuestros días a través de la madre. 

En la Biblia, en el antiguo Testamento, el pueblo de Israel es castigado duramente, por “inclinarse a otros dioses”: la división del reino en dos, en que la diosa era adorada en ambos reinos. (2 R 17, 9-11,18), el rey Ezequías “retiró los santuarios, derribó las estelas y cortó los cipos sagrados. Hizo pedazos la serpiente de bronce que Moisés había hecho, pues hasta entonces los israelitas habían quemado incienso en su honor” (2 R 18-4). 

La serpiente formaba parte tan esencial de la cultura de la diosa que parece probable que, a pesar de la experiencia de Moisés en el Sinaí, todavía estuviera integrada en la vieja religión a ojos del pueblo. Luego. Posteriormente Ezequiel predice que el culto a los dioses falsos provocaría otra catástrofe. 

De acuerdo a las escrituras, Dios le muestra a Ezequiel “la imagen de los celos” muy probablemente la estatua de Aserá que había sido devuelta al templo de Manases, después de que Ezequías la eliminara. 

También se le mostraron “las mujeres llorando a Tamuz”, los adoradores del sol y todo tipo de “cosas reptantes y bestias y todo tipo de ídolos” que eran adorados por los setenta ancianos de Israel (Ez 8). La visión de Ezequiel de la destrucción que va a caer sobre Judá es una de las más aterradoras del antiguo Testamento. 

“He aquí que yo voy a hacer venir contra vosotros la espada y destruiré vuestros altozanos. Vuestros altares serán devastados, rotas vuestras estelas; arrojaré vuestros caídos ante vuestras basuras, y esparciré sus huesos en torno a vuestros altares” (Ez. 6: 3-5). 

La catástrofe del exilio sucedió sólo unos años después, y Jeremías, cuando se dirigía a lo que quedaba del pueblo de Judea exiliado en Egipto, culpó al culto a la reina del cielo por sus tribulaciones. 

La Diosa mencionada aquí no es una Diosa de la guerra, sino una Diosa madre a la que se invocaba para proveer al pueblo de alimentos, paz y bienestar. Sin embargo, Jeremías tuvo una fuerte resistencia, sobre todo por parte de las mujeres, porque ellas sentían que la desgracia les había sido enviada porque habían abandonado a la reina del cielo, no a YHVH. 

Respondieron a Jeremías todos los hombres que sabían que sus mujeres quemaban incienso a otros dioses, y todas las mujeres presentes, una gran concurrencia, y todo el pueblo establecido en territorio egipcio, en Patros: 

“En eso que nos has dicho en nombre de YHVH, no te hacemos caso, sino que cumpliremos precisamente cuanto tenemos prometido, que es quemar incienso a la reina de los Cielos y hacerle libaciones, como venimos haciendo nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros jefes en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, que nos hartábamos de pan, éramos felices y ningún mal nos sucedía. 

En cambio, desde que dejamos de quemar incienso a la reina de los Cielos y de hacerle libaciones, carecemos de todo, y por la espada y el hambre somos acabados” (Jr 44: 15-18). 

Isaías vaticinó la humillación final y la caída de la destetada Diosa babilónica Istar, de acuerdo a la Biblia por “manos de YHVH”: 

“¡Baja, siéntate en el polvo, virgen, hija de Babel! ¡Siéntate en la tierra, destronada, hija de los caldeos! Ya no se te volverá a llamar la dulce, la exquisita…Descubre tu desnudez y se vean tus vergüenzas. Voy a vengarme y nadie intervendrá… ¡Que se pongan en pie y te salven!

Los astrólogos y observadores de estrellas, los que te pronostican cada luna lo que te va a sobrevenir. Mira, ellos serán como tamo que el fuego quemará. No librarán sus vidas del poder de las llamas…Eso serán para ti tus hechiceros por los que te has fatigado desde tu juventud…No habrá quien te salve”. (Is 47: 1-3, 13-15) 


Ana Luisa Muñoz Flores-Diciembre 12 de 2016

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