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30 de diciembre de 2016

MI CUERPO UN TEMPLO SAGRADO (parte 2)









Libro: Ana Luisa Muñoz Flores - Mi cuerpo: un templo sagrado

19 ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; 20 fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. 1 Corintios 6:19-20 



Nuestro cuerpo fue creado a imagen de Dios-Diosa, según la Biblia. Es un regalo de la vida que nos permite experimentarla y seguir perfeccionándonos cada vez más e ir adquiriendo la forma divina. 

Ese conocimiento influye en la forma en que tratamos nuestro cuerpo y cómo sentimos a Dios-Diosa en nuestro corazón. Cuando tratamos nuestro cuerpo como un templo de Dios-Diosa, obtenemos bienestar físico, espiritual y emocional. 

Sin embargo, al escudriñar las escrituras nos encontramos con un Dios androcéntrico y masculinizado. 

Lo anterior dejaba sin modelos de identificación positivos y con una serie de estereotipos desvalorizadores, desde los relatos de orígenes hasta la culpa atribuida en la caída, que legitimaban la exclusión del magisterio de la iglesia y un trato discriminador. 

Dolores Juliano (1), dice que a partir de las décadas de los sesenta las mujeres reclamaron su derecho a leer e interpretar las escrituras por ellas mismas. 

Especialmente la segunda ola de feminismo cristiano coincidente con el 2º Concilio Vaticano, reivindicó el sacerdocio femenino, como una puerta a interpretaciones menos misóginas de los textos sagrados (2) (Mollenkot, 1990). Estas reivindicaciones eran muy necesarias y urgentes. 

Los sistemas religiosos cumplen, además de sus funciones espirituales, un conjunto de funciones sociales. En la medida en que se derivan al campo de lo religioso los fenómenos y cuestiones que no son susceptibles de comprobación empírica, en la medida en que las verdades religiosas no son aptas para corroborarse, son un campo ideal para que se manifiesten en ellas las experiencias sociales, de las que si tenemos experiencias directas (3) (Durkheim, 1968). 

Así tendemos a imaginar aquello que no conocemos de acuerdo a los modelos que nos son familiares y por consiguiente nos hacemos una idea de Dios y de lo sagrado que se ajusta a las características de la sociedad de los fieles. 

La herramienta cognoscitiva de la religión es la fe y no la experiencia, pero se nutre de los datos realmente vividos, que se transforman en su modelo. 

De este modo, cada sociedad imaginará a los seres sagrados atribuyéndoles las características que tengan más prestigio en su propia comunidad. Asignar a un ser, que por definición sería “espíritu puro” características de sexo, edad y raza, no nos dice mucho sobre el ser sagrado, pero nos habla de las sociedades que lo imaginaron así. 

Siguiendo a Dolores Juliano (Óp. Citada), dice que las tres religiones monoteístas que surgieron de un tronco común: judaísmo, cristianismo e islamismo, masculinizaron y racializaron la imagen de Dios y generaron un imaginario según el cual se lo representa (o se habla de él) como si fuera un hombre anciano. 

Esto significa que las sociedades en las que se produjeron inicialmente estas imágenes eran androcéntricas y sólo podían imaginar el poder y la sabiduría encarnados en representaciones masculinas. No era la única opción posible. 

Muchos otros sistemas religiosos del viejo y el nuevo mundo optaron por invocaciones más matizadas, que veían la perfección como el resultado de la unión de los contrarios. 

El yin y el yang del taoísmo que representa el “diagrama del último supremo”, tiene algunos puntos en común con las invocaciones a dios de algunos pueblos indoamericanos, como los mapuches, que invocan a Güeneken como anciana y anciano, muchacha y muchacho del cielo, para resaltar que la perfección incluye la experiencia de la vejez y la fuerza de la juventud. 

También han existido sistemas religiosos feminizados, como los estudiados por Starr Sered (4), estos se centran en relaciones interpersonales, no tienen un ser supremo único y omnipotente sino una multiplicidad de seres (imaginados como mujeres, hombres o andróginos) no suelen organizarse alrededor de una central autoridad, ni tener dogmas o doctrinas escritas. No imponen a sus miembros el cumplimiento exclusivo de un conjunto específico de doctrinas. 

Son a menudo internamente eclécticas y absorben fácilmente nuevas ideas o deidades. 

Escribe Dolores Juliano, que el monoteísmo cristiano desechó tradiciones de ese tipo, incluso las que formaban parte de la propia cultura y masculinizó por completo la imagen de Dios, que en la tradición más antigua se representaba con la estrella de David. 

Unía el triángulo apoyado sobre su base (representación simbólica de la montaña, el fuego y la masculinidad) con el triángulo apoyado sobre su vértice, que representaba el agua y la feminidad. En el cristianismo sólo quedó el triángulo masculino, transformado en símbolo de la Santa Trinidad, completamente depurada de sus componentes femeninos. 

Nuestro cuerpo es sumamente importante, no solo porque nos permite caminar, comer, ver, tocar, sino también porque es nuestra principal herramienta de comunicación. A través del cuerpo nos relacionamos, conocemos el mundo y a nosotros mismos. No se debe pensar que el cuerpo es solo una estructura biológica, porque éste se encuentra cargado de sentimientos, significados y experiencias. 

Por eso, cuando nos miramos en el espejo, vemos más que una masa de carne y hueso, para mirar cómo somos y cuáles son nuestras capacidades. Durante la adolescencia, los cambios que experimentamos en el cuerpo, así como la forma en que enfrentamos y vivimos dichas transformaciones, afectan la percepción que tenemos de nuestro cuerpo, o sea la imagen corporal. 

Esta imagen se compone de dos aspectos: el cognitivo y el subjetivo. El primero tiene que ver con la información que manejamos, tanto de la anatomía como de los cambios físicos vividos. Lo subjetivo se relaciona con las valoraciones, juicios y sentimientos que tenemos sobre nuestro cuerpo. De esta forma, la imagen corporal se relaciona directamente con la autoestima (el aprecio que se siente por uno-a mismo-a). 

También la imagen corporal se ve afectada por las demandas y exigencias sociales que se construyen sobre el cuerpo. Los ideales de belleza y delgadez pueden generar sentimientos de insatisfacción, incomodidad y rechazo del propio cuerpo por no poder cumplir con estos prototipos. 

Otro elemento que afecta la percepción que tenemos de nuestro cuerpo, es que, a lo largo del tiempo, se nos han enseñado diferentes formas de entender y de relacionarnos con el cuerpo. La familia, la escuela, la religión, la política, la ciencia y los medios de comunicación social nos ofrecen distintas maneras de ver el cuerpo, de vivirlo y disfrutarlo. 

Algunos de estos discursos o mensajes se centran en su funcionamiento biológico, otros le brindan mayor importancia a unas partes que a otras, y hasta se le ha considerado como un objeto para vender. También existen mensajes que fomentan la creencia de que hay partes del cuerpo “buenas” y otras partes “malas”, generalmente los genitales. 

Estas ideas no se transmiten tan directamente, sino que se valen de otros mecanismos más sutiles, como ponerle apodos al pene o a la vagina, o prohibir que los niños o las niñas se toquen “ahí” porque “está muy feo”. 

Estas formas determinan el significado y valor que tiene el cuerpo para cada persona. Si recordamos que para vivir la sexualidad plenamente se debe conocer, aceptar y valorar el propio cuerpo, así como el de las demás personas, es muy importante que tener claro cuáles han sido los mensajes, exigencias y prohibiciones que sobre éste ha recibido a lo largo de la vida. 

La posibilidad de hablar con naturalidad sobre el cuerpo y los cambios que se experimentan, así como sobre todo aquello que sentimos, abre el camino para aprender a querer más nuestro cuerpo y por supuesto cuidarlo. Esto es indispensable para vivir la sexualidad de una forma sana, placentera y responsable. 

El cuidado del cuerpo y de la mente son cada vez más imprescindibles si realmente queremos disfrutar plenamente de buena salud a todos los niveles, por eso es necesario el cuidado del cuerpo, porque en este mundo de prisas en el que estamos inmersos hemos de parar y "tomar consciencia de nuestro cuerpo y de nuestra mente", si queremos estar lo más sanos posible. Cuidar nuestro cuerpo es aportar equilibrio a todos los aspectos que afectan a nuestro equilibrio físico y emocional. 

El ser humano supone una experiencia corporal y anímica, única para cada persona. Desde el punto de vista físico no hay nadie igual a otro. Cada uno de nosotros posee su propia historia, que es única, y la realización de esta historia entrará en relación directa con el hecho de si hemos elegido el sendero con el corazón. Venimos al mundo con una personalidad determinada: nuestra manera de ser innata se advierte ya en la infancia. 

Si somos seres espirituales que seguimos un camino humano, las respuestas a las preguntas que conforman el viaje no proceden del exterior, ya que la sabiduría se encuentra en nuestro interior. 

La senda exterior que tomamos es el conocimiento público, pero el camino del corazón es interior. Los dos se unen, sin embargo, cuando la persona que somos y que dejamos ver en el mundo coincide con quien somos en lo más profundo de nuestro ser. 

A medida que nos volvemos más sabias o sabios, somos más conscientes de que las encrucijadas importantes del camino, en general, no se basan en elecciones que aparecerán recogidas en los anales públicos; son decisiones y luchas que tienen más que ver con haber elegido el amor o el miedo, la rabia o el perdón, el orgullo o la humildad. Son elecciones que modelan el alma.(5) 

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(1) Cfr. Juliano, Dolores Religiosidad y feminismo 

(2) Mollenkot, Virginia. 1990. Dieu au féminin. Canadá: Centurion. Paulines. 
(3) Cfr. Durkheim, Emile. 1968. Las formas elementales de la vida religiosa. Buenos Aires: Schapire. 
(4) Cfr. Starr Sered, Susan. 1994. Priestess, mother, sacred sister. Religions dominated by woman. Oxford and New York Press 
(5) Extracto GÉNERO, HUMANIDAD Y ESPIRITUALIDAD

Ana Luisa Muñoz Flores-Chile-24 de Diciembre de 2016

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