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12 de diciembre de 2016

LA DIOSA, LA DEIDAD FEMENINA (2)




Imagen: "Tanit"- Ana Luisa Muñoz Flores


LA DIOSA, LA DEIDAD FEMENINA (2) 



El vuelco desde un modelo solidario de organización social a uno dominador fue un proceso gradual y, al cabo de un tiempo, predecible. 

La supremacía de la espada sobre el cáliz, de la violencia sobre la convivencia pacífica, del dios destructor, sobre la diosa fecunda, radica, entre otros factores, en el hecho de conceder los invasores de estas pacíficas civilizaciones, mayor valor al poder que quita la vida que al poder que la da. 

De hecho, en la medida que las mujeres perdieron prestigio social en la tierra, a las diosas les ocurrió algo semejante en los cielos. Las Grandes Diosas Madres del neolítico, en un proceso lento pero inexorable, fueron cediendo protagonismo a los dioses masculinos. 

Un proceso que se aceleró en la zona del creciente fértil -con tanta influencia en nuestra civilización- por una gran invasión de tribus del norte que no estaban ligados con la agricultura. Según Joseph Campbell, (1991) (1) durante la prehistoria se produjo el “sincretismo” religioso. 

Esto significa que la adoración de la Diosa era tanto politeísta como monoteísta. Era politeísta, ya que era adorada bajo diferentes nombres y formas. Pero también era monoteísta, en que se adoraba por Fe a la Diosa, de la misma forma que se habla de un Dios trascendental. 

En otras palabras, existen notables similitudes entre las imágenes y símbolos asociados en diversos lugares con la adoración de la Diosa en sus diferentes aspectos de madre, antecesora o creadora, y virgen o doncella. 

Al observar con cuidado el arte neolítico, existe gran cantidad de imaginería de la Diosa que ha sobrevivido, y que la mayoría de los tratados sobre historia de las religiones omiten.

La Diosa encinta del neolítico, era una descendiente directa de la “Venus” de vientres pletóricos del paleolítico, la misma imagen sobrevive en María embarazada de la iconografía medieval cristiana.

La imagen neolítica de la joven Diosa o Doncella también se venera aún bajo el aspecto de María como la Santa Virgen. Y desde luego, la figura neolítica de la Madre-Diosa sosteniendo a su hijo divino como la figura cristiana de la Madona y el Niño. 

La Diosa, en el conjunto de sus manifestaciones era un símbolo vital en la naturaleza, su poder estaba en las aguas y en las piedras, en las tumbas y en las cuevas. En los animales terrestres y en las aves: en las serpientes y los peces. En las colinas, en los árboles y en las flores. 

De ahí la percepción holística y mitopoética de la sacralidad y misticismo de todo cuánto existe sobre la tierra. La vida humana animal y vegetal constituía parte de esta epifanía. 

Esta idea la corroboran las obras de arte humanas más antiguas encontradas: las producciones simbólicas antropomorfas: esculturas, relieves y grabados de todos los continentes, son exclusivamente femeninas. Lo confirma Joseph Campbell para yacimientos tanto paleolíticos como Neolíticos de Europa: 

"... no se han encontrado objetos de arte humano anteriores al período auriñaciense, cuando aparecen de pronto las estatuillas femeninas. Hemos encontrado en Europa centenares de pequeñas figuras neolíticas de la Diosa, y casi nada en cuanto a figuras divinas masculinas. El toro y algunos otros animales, tales como el jabalí y el chivo, pueden aparecer como símbolos del poder masculino, pero la Diosa es la única divinidad visualizada en aquel entonces". (Campbell, 1991) (2). 

Para los primeros seres humanos, todo crecimiento y desarrollo dependía del sacrificio humano y su actividad ritual, precisamente porque el vínculo viviente del hombre y la mujer con el mundo y con el grupo se proyecta sobre la naturaleza como un todo. 

Como vemos, las primeras representaciones del poder divino, fueron femeninas. Cuando nuestros antepasados empezaron a formularse las eternas preguntas (¿De dónde venimos antes de nacer? ¿A dónde vamos después de morir?), tienen que haber observado que la vida emerge del cuerpo de la mujer. 

Para ellos debe haber sido natural imaginar el universo como una Madre bondadosa que todo lo da, de cuyo vientre emerge toda vida y al cual, como en los ciclos vegetales, se retorna después de la muerte para volver a nacer. 

También es comprensible que las sociedades con tal imagen de los poderes que gobiernan el universo, tuvieran una estructura social muy diferente de aquellas que veneran a un Padre divino que empuña un relámpago o una espada. 

Y es muy lógico, que aquellas sociedades que conceptuaban en forma femenina a los poderes que regían el universo, las mujeres no hayan sido consideradas como sumisas, y las cualidades “afeminadas” tales como el amor, la compasión y la no violencia hayan sido altamente valoradas. 

A principios del siglo XIX se pensó que tales sociedades eran matriarcales. 

Después, de acuerdo a las investigaciones, la evidencia no abaló esa conclusión, nuevamente se hizo rutinario sostener que la sociedad humana siempre fue, y siempre será, dominada por los hombres. Pero si nos despojamos de los modelos prevalecientes en la realidad, aparece otra alternativa lógica: pueden existir sociedades donde la diferencia no se equipara necesariamente con la inferioridad. 

Riane Eisler (3) denomina modelo solidario, donde no existe jerarquización dominante sobre algunos de los sexos femenino o masculino. 

Esta misma autora opina que si contemplamos la historia desde una perspectiva holística, tomando en cuenta ambas mitades de la humanidad y el lapso completo de nuestra evolución cultural, vemos como estas pautas cíclicas se relacionan con la transformación fundamental que hemos examinado: el vuelco de sistemas en nuestra prehistoria, que nos colocó en un curso de evolución radicalmente diferente. 

En los últimos años dice, ha surgido con frecuencia la temática teológica de Dios-Madre en el contexto de la liberación de la mujer. Este problema ha sido tratado con seriedad y con cierta desenvoltura teológica. 

Así, por ejemplo, no hay ninguna necesidad de que permanezcamos dentro de los límites de la imagen según la cual sólo el principio masculino es generativo, ya que se ha hecho evidente en nuestros días que el principio femenino es igualmente generativo. 

En otras palabras, no hay ninguna razón que nos impida llamar Madre en vez de Padre, o que nos imaginemos a la creación nacida de un último Seno o de un último principio materno. 

Ninguna imagen es suficiente (incluso porque ni lo masculino ni lo femenino tomados separadamente son omniexplicativos del origen de la vida), pero tanto la una como la otra son igualmente apropiadas; quizá solamente las dos, Padre y Madre, nos proporcionen toda la fuerza imaginativa para traducir más perfectamente a Dios-Diosa. 

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(1) Cfr. Campbell, J (1991). Las máscaras de Dios: Mitología occidental (vol. II). Madrid: Alianza Editoria 

(2)Cfr. Campbell (1991) op.cit. 

(3) Eisler, Riane “El Cáliz y la Espada”, 1996. Ed. cuatro vientos. 119, 1230, Chile 


Ana Luisa Muñoz Flores-Chile-12 de Diciembre 2016

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