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12 de diciembre de 2016

LA DIOSA, LA DEIDAD FEMENINA (1)


Imagen: Khthónios-Ana Luisa Muñoz Flores



LA DIOSA, LA DEIDAD FEMENINA (parte 1)



Cada cultura proyecta en su Dios-Diosa relacional, las formas y modos de vivir de los seres humanos en su momento histórico, lo que afecta a esa imagen de Dios antropomórfica. Las antiguas religiones, tales como las actuales, expresaba la cosmovisión de su época. En el neolítico la cabeza de la sagrada familia era una mujer: la Gran Madre, la reina del Cielo o la Diosa en sus diversos aspectos y formas. 

Según Riane Eisler (1), las antiguas culturas agrícolas colocaron más énfasis en las figuras maternas: 

La Diosa, con quien la relacionaban con la fertilidad de los campos, rebaños e hijos. Se encuentran evidencias de la deificación de la mujer, quien en su carácter biológico, da vida y nutrición, igual que la tierra. Esto sucedió en los tres principales centros de los orígenes de la agricultura: Asia Menor y Europa sudoriental, Tailandia en Asia sudoriental, y más tarde también en América Central. Los nómadas y pueblos beligerantes se relacionaban con dioses guerreros que les ayudaban en sus contiendas. 

Desde el nuevo análisis de los descubrimientos es perfectamente válido pensar que el avance de la humanidad estuvo constituido desde el principio por el apoyo solidario y compartido de las facultades propias y exclusivas de la raza humana en su doble vertiente, masculina y femenina. 

Hay numerosos ejemplos que dan fe de ello, como es el caso de Catal Huyuk, civilización neolítica 8500 años atrás, cuyos estudios realizados sobre ella demuestran que el máximo valor lo ostentaban los poderes generadores, nutrientes y creativos de la naturaleza (el cáliz) y no los poderes destructores (la espada). 

La espiritualidad feminista cuenta con el trabajo arqueológico de Marija Gimbutas (citada por Eisler) quien dirigió excavaciones en Europa Central y del Este, sacando a la luz evidencias de la Civilización de la Diosa -como ella la llamó- que evolucionó entre el 6 mil 500 y el 3 mil 500 a. C., de manera independiente de la Mesopotamia, como una sociedad pacífica que no construía armas de guerra y se dedicaba a la agricultura, el arte, el comercio y la religión, y en la que -según evidencias funerarias- no había una jerarquización de los géneros. 

Mujeres y varones se percibían como hijos de una Madre Origen común, la Gran Diosa, vivenciando algún tipo de igualdad de géneros. 

Gimbutas interpretó numerosas estatuillas de la Diosa, objetos rituales y de la vida cotidiana en los que se expresa esa cosmovisión sagrada asociada a los ciclos de la luna, de la mujer, de la naturaleza, de la conciencia humana y de todos los seres vivos. Con el arquetipo de la Diosa Pájaro-Serpiente creadora, la Diosa Sustentadora (del cereal, la agricultura y la cultura) y la Diosa de la Muerte y el Renacimiento. 

Una trinidad femenina más antigua que la cristiana o la hindú, por ejemplo, celebrada junto a sus hijas/os y consortes. Esta investigadora de origen lituano, hizo una lectura arqueomitológica, encontrando que las simbologías sagradas y arquetípicas de las diosas de culturas posteriores ya estaban presentes en los asentamientos neolíticos. 

Gimbutas destacó la continuidad de la cosmovisión de la Diosa neolítica procedente de las Venus paleolíticas de las/los sapiens recolectoras y cazadores de las cavernas y su pervivencia en las tradiciones de las diosas posteriores al Neolítico. 

Gimbutas comprobó la tesis de Jean Ellen Harrison, experta en mitología griega de Cambridge en los años 30, la primera en señalar que las diosas griegas procedían de una época histórica preolímpica anterior y que el casamiento de Hera con Zeus no existió en sus orígenes. 

Ese casamiento forzado, más bien reflejaba el tránsito, a veces dramático y violento, de las culturas matrilineales a la patriarcal luego de una conquista armada y una inversión de los mitos de origen. Incluso diferenciaba a los dioses guerreros de los agrícolas de la edad matrilineal: Hermes, Pan, Dionisio, indicándonos que el culto a las diosas no excluía lo Sagrado Masculino pero tampoco adoraba a un dios padre guerrero y dominante, ni a deidades masculinas que violaban y mataban a diosas y a mujeres como sucede en los mitos tardíos, surgidos de aquella conquista y reforma. 

Otro hecho sorprendente es que existen hallazgos entre los veddas contemporáneos que evidencian que son en realidad las mujeres y no los hombres quienes realizan las pinturas rupestres. Incluso la invención de la escritura, que durante largo tiempo se dató hacia el año 3200 a.C. en Sumer, parece tener un origen mucho más antiguo y probablemente femenino. 

En tablillas sumerias, la diosa Nidaba es descrita como la escriba del cielo sumerio y también como la inventora de las tablillas de arcilla y del arte de escribir. 

En la mitología india se atribuye a la diosa Saravasti la invención del alfabeto original. Más aún, la profesora Gimbutas afirma que los orígenes de la escritura se remontan al Neolítico y que su primer y más poderoso uso estuvo asociado a la adoración de la Diosa. Con respecto a la civilización cretense, unos 6000 años A.C. ocurre otro tanto. 

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(1) Eisler, Riane “El Cáliz y la Espada”, 1996. Ed. cuatro vientos. 119, 1230, Chile 


Ana Luisa Muñoz Flores-Chile-12 de Diciembre de 2016

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