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30 de diciembre de 2016

JESUS CURA Y SE RELACIONA LIBREMENTE CON MUJERES...(1)






Imagen: "Plegaria"- Ana Luisa Muñoz Flores



JESÚS CURA Y SE RELACIONA LIBREMENTE CON LAS MUJERES (parte 2)


Jesús curó a muchas mujeres, devolviéndoles no solamente la integridad física, sino también la dignidad, y reincorporándolas plenamente a la comunidad. O, mejor, la cura precisamente reincorporándolas a la comunidad. 

Algunas mujeres curadas por Jesús: María de Magdala, a la que curó de una enfermedad grave (eso quiere decir que Jesús “expulsó de ellas siete demonios” (Lc 8,2); la mujer curada en sábado, declarada "hija de Abrahán" (Lc 13,10-17); la hija de la sirofenicia (Mc 7,24-30) (es muy llamativo que esta mujer, siendo mujer y pagana, es la única persona de los Evangelios que “gana” a Jesús en la argumentación y le convence, y así lo reconoce Jesús). 

Pero Jesús no sólo hizo a las mujeres objeto de curación, sino que las hizo sujeto de su propia curación. Dice a la hemorroísa: “Mujer, tu fe te ha curado”. Y obsérvese que en esta ocasión, como en otras muchas, Jesús rompe todos los tabúes sociales y religiosos ligados a la menstruación. 

La hemorragia era un estigma social, y causa de impureza religiosa; no podía participar en el culto, ni relacionarse con otras personas (eso era realmente lo que la “enfermaba”). La mujer rompe el tabú del contacto, y esta infracción la considera Jesús como acto de fe (Mc 5,25-34). Por ahí va la verdadera religión, más allá de todas las normas humanas a veces absurdas y tantas veces opresoras. 



1. La mujer enconvarda 

Otra mujer del Evangelio que nos ofrece una clave simbólica de la liberación es aquella que curó Jesús un sábado en la sinagoga: "Había allí una mujer que desde hacía 18 años estaba enferma a causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo. 

Al verla Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Y le aplicó las manos. La mujer, en el acto, se puso derecha y glorificaba a Dios" (Lc 13, 10-17) La espalda doblada de aquella mujer es la imagen de todas las cargas, de todas las opresiones, de todas las humillaciones y sometimientos que viven tantas mujeres en el mundo. Es el símbolo de la imposibilidad de mirar a los otros de frente, de dirigirse a ellos como a un igual, de entablar una relación de reciprocidad. 


2. La mujer, sujeto de derechos 

La mujer no podía disponer de sí. Estaba mal visto que no se casara, pero no podía casarse con quien quisiera, y una vez casada pasaba a depender enteramente de su marido. La mujer es objeto de compra, de contrato laboral, de goce. No puede elegir, y puede ser comprada. Entre los dichos de Jesús, hay al menos dos que contradicen y desautorizan abiertamente ese estado de cosas: 

• “Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10,11-12). En aquel tiempo, sólo el varón tenía derecho de repudiar a la esposa y de casarse con otra. Jesús, por el contrario, sitúa al varón y a la mujer al mismo nivel de derecho. Si él lo posee, también ella. La mujer no es una posesión del marido. 
• “Algunos no se casan... por causa del reino de Dios” (Mt 19,12). La mujer puede elegir el celibato con la misma libertad que el varón, y en ese caso no dependerá del marido. La razón que aduce Jesús no es la mera emancipación femenina, sino el reino de Dios, ¿pero pueden separarse ambas razones? Quien escoge el reino de Dios escoge la plena libertad que ofrece Dios, se case o no se case, y la libertad de la mujer respecto del varón es una de las dimensiones necesarias de esa libertad que ofrece el reino de Dios. 



3. La mujer, discípula de Jesús 

Los evangelios nos hablan de la novedad del discipulado establecido por Jesús, pero se mencionan a los discípulos como los protagonistas, dejando de lado el discipulado femenino. 

Llama la atención cómo Jesús conversa públicamente con las mujeres, contra la costumbre de la época. También lo hace con la mujer samaritana (Jn 4,6-27) y con la mujer pagana (Mc 7,24-30). A diferencia de lo que era costumbre entre los rabinos, Jesús las admitió en su grupo de discípulos itinerantes en igualdad de plano con los varones: 

“Estaban allí María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían asistido cuando estaba en Galilea. Habías, además, otras muchas que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15,40-41). “Iban con él los doce y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades” (Lc 8,2). Una de las confesiones más completas de Jesús la hallamos en boca de Marta de Betania (Jn 11,27). 

Algunas mujeres se presentan como modelo de discípulos: María de Betania (Lc 10, 38,42), las mujeres junto a la cruz (Mc 15,41-42), María de Magdala, primera testigo de Jesús resucitado (Jn 20,11-18). 

Este hecho debe llamarnos la atención, ya que bien sabemos que cuando Jesús murió en la cruz, sus discípulos lo abandonaron y el grupo de seguidores se disolvió, tal como lo señala Marcos 14:50: “todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron”; en la conversación de los discípulos de Emaús también demuestra los mismo (Lc. 24:19.24). 

En esas condiciones el movimiento de Jesús se hubiera extinguido, como sucedió con muchos otros movimientos de su época; pero, después de la resurrección, el grupo es reconvocado gracias a la acción decidida de las discípulas galileas, que logran reunir a los discípulos y avisarles que Jesús resucitó. 

Las casas de algunas adeptas sedentarias se convertirán en centros de las nacientes comunidades locales (cf. Mc 1,29- 31; Lc 10,38-42; Hch 12,12...). 
En cuanto al argumento, aducido a menudo, de que Jesús no hubiese elegido ninguna mujer entre los 12, ya se dijo que no tiene valor alguno en lo que respecto a la igualdad actual de varón y mujer a todos los efectos eclesiales. Recordemos algunas razones: 

• Los doce no son dirigentes de comunidades, si tienen solamente un valor simbólico: representan a las 12 tribus del Israel reunificado de los últimos tiempos; 
• En aquella cultura, las doce tribus sólo podían ser representados por varones; 
• Jesús no pensó en que fuesen a tener “funciones de gobierno” en las comunidades, y menos aún en que fuesen a tener “sucesores”; 
• Si existen solo “sacerdotes” u “obispos”, porque Jesús sólo eligió varones para el grupo de los doce, por la misma razón únicamente varones judíos podrían ser sacerdotes u obispos, puesto que los doce eran judíos. 

Si esto es absurdo, y lo es, también es absurdo el argumento aplicado a las mujeres. La mujer ya no es, pues, solamente esposa y madre, pecho y vientre, en función exclusiva del esposo y de los hijos. La vocación y la felicidad de la mujer no se limitan al vientre y al pecho: son oyentes, discípulas, seguidoras, practicantes de la voluntad liberadora de Dios (Lc 11,27-28), y lo son al igual que los varones. 

Jesús ha elevado a la mujer “del vientre al oído”, haciéndolas oyentes de la palabra. 
Pero Jesús no convirtió a la mujer en mero “oyente”. También la hizo sujeto de la palabra, profeta. Cuando envía a predicar el reino de Dios, hemos de pensar que era un grupo constituido por varones y mujeres. Las hizo misioneras, apóstoles. 



Ana Luisa Muñoz Flores- Chile 30 de Diciembre de 2016

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