Obras de Arte

Descubre mi obra en http://www.artelista.com/

30 de diciembre de 2016

EL CULTO A LA BELLEZA




Imagen: "Torso de mujer" Ana Luisa Muñoz Flores


El culto a la belleza y la insatisfacción permanente con el propio cuerpo. Emma Lobato (1), afirma que otra manera de mantener la asimetría en los sistemas desarrollados es el mito de la belleza. Naomi Wolf (1992) (2) entiende el uso de imágenes de belleza femenina que con tanta frecuencia vemos en los medios de comunicación y en la publicidad como un arma política que paraliza el desarrollo de las mujeres, como en su tiempo lo hicieran las antiguas ideologías domésticas, sexuales o religiosas. 

Si la domesticidad limita (ba) a las mujeres a la vida en el hogar dedicada a los cuidados de su familia y las excluye de la vida social, el mito de la belleza, este nuevo evangelio, hipnotiza y manipula a sus fieles y les hace sentirse culpables del pecado de la grasa, el envejecimiento o la imperfección. 

El culto a la belleza es entendido por esta autora como un instrumento para mantener la desigualdad entre los géneros. Por otra parte, no deja de ser contradictorio que en una época en que las mujeres están logrando avances en su formación y reconocimiento, se sientan tan vulnerables ante los imperativos de la cultura de la belleza. 

La premisa de “El mito de la belleza” de esta autora, es que, conforme avanzan las mujeres en la obtención de mayores libertades, derechos e igualdad, mayor ha sido el imperativo sociocultural que exige su adherencia a una ideología de la belleza esclavizarte que ha reemplazado la anterior ideología doméstica ampliamente criticada en su momento por las feministas Betty Friedan (La mística femenina) y Germaine Greer (El eunuco femenino).

Según Wolf, este mito forma parte de un contragolpe en contra del feminismo que usa imágenes de la belleza femenina como arma política contra el creciente poder económico, político y social obtenido por las mujeres occidentales. 

Wolf argumenta que los parámetros de belleza son históricamente cambiantes y generalmente expresión de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, así que la ideología de la belleza femenina puede interpretarse como un último esfuerzo por parte de los hombres para conservar la dominación masculina. 

No se trata de un contragolpe planificado ni de una conspiración, sino de una tendencia impulsada por los medios masivos de comunicación, la sociología y psicología populares, la industria de la moda y cosmética y una amplia gama de industrias culturales que producen imágenes para una economía de consumo, en la que las propias mujeres son consumidoras y bienes de consumo. 

Que se juzgan a sí mismas según parámetros inalcanzables, que merman sus vidas porque sienten “una obsesión con el físico, un terror de envejecer y un horror a la pérdida de control” sobre sí mismas. 

Cuando los derechos reproductivos, le dieron a la mujer occidental control sobre su cuerpo, las modelos comenzaron a pesar 23 % menos que mujeres normales, los desórdenes alimentarios se multiplicaron y se promovió una neurosis colectiva que usaba la comida y el peso para quitarles a las mujeres la sensación de control. Si las mujeres insistían en politizar la salud, nuevas tecnologías de cirugía plástica potencialmente mortales se desarrollaban. 

Siempre pendientes de tener éxito en el mundo del "atractivo", mientras las mujeres estén “preocupadas” y” ocupadas” en adelgazar, dietas eternas, aplicarse cremas, preocuparse del cabello, vestir a la moda u operarse los pechos o la nariz, no se preocuparán ni se ocuparán de otras cosas más provechosas para ellas mismas. 




______________________________________________________________________________

(1) Lobato, Emma (2005) Licenciada en psicología y pedagogía por la Universidad de Oviedo, profesora de Educación infantil. Construyendo el Género. La escuela como agente Coeducador. España. 
http://www.lazoblanco.org/wp-content/uploads/2013/08manual/bibliog/material_masculinidades_0390.pdf
(2) Cfr. Reynoso, Cristina (1992) Naomi Wolf. “El mito de la belleza. Tomado de The Beauty Myth: How Images of Beauty Are Used Against Women. Nueva York: William Morrow 


Ana Luisa Muñoz Flores-Chile-Diciembre 30 de 2017

LA PRESENCIA DE NARCISO EN LA SOCIEDAD







LA PRESENCIA DE NARCISO EN LA SOCIEDAD



De acuerdo a Belén López (1), tal como recoge el mito griego, Narciso era un muchacho hermoso que cuando nació el adivino Tiresías predijo que si veía su imagen en un espejo sería su perdición, de modo que su madre, la ninfa Liríope, evitó siempre objetos en los que pudiera verse reflejado. 

Narciso creció hermosísimo sin ser consciente de ello y sin hacer caso a las muchachas, prendadas por su hermosura. Un día, por avatares del destino, sediento se acercó a un riachuelo y a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Tanto le perturbó su imagen que quedó totalmente cegado por el reflejo de su propia belleza. Algunos dicen que murió en ese momento y otros cuentan que murió ahogado tras tirarse al agua. 

En este lugar, creció una flor llamada Narciso, que crece sobre las aguas de los ríos, donde a su vez se ve reflejada. A través de esta historia mítica conocemos al personaje que simboliza a un gran número de individuos de esta sociedad mediática basada en iconos que se erigen como dioses modernos. 

En la actualidad, el mito es aplicable a una sociedad que basa sus valores en una adoración desmedida de la belleza, como concepto estético puramente superficial. 

Pero, en realidad el individuo narcisista ni siquiera se ama a sí mismo, tan sólo se identifica con su imagen idealizada. 

Mientras “la imagen del yo verdadero queda perdida” (2) (Lowen, 2000: 22), ensimismado en su imagen e incapaz de sobrepasar dicha imagen, donde está el conocimiento de sí mismo. 
De hecho, la sociedad actual se caracteriza por la superficialidad y el énfasis en lo externo y la sensualidad Como manifiesta Lowen, es una sociedad que “impone pocas restricciones al comportamiento, e incluso anima a exteriorizar los impulsos sexuales en nombre de la liberación, pero minimiza la importancia de los sentimientos” (Ídem, 26), cuyo resultado es la deshumanización del individuo moderno, hedonista, materialista e individualista. 

Es lo que Enrique Rojas denomina como hombre light, que define como un individuo de este tiempo caracterizado por el narcisismo y el subjetivismo, “centrado en sí mismo, en su personalidad y en su cuerpo, con un individualismo atroz, desprovisto de valores morales y sociales, y además desinteresado por cualquier cuestión trascendente” (3) (Rojas, 1998:88). 

Que Narciso tenga tanto protagonismo en esta sociedad responde no sólo a las necesidades del mercado por captar el interés de sus productos entre los varones, como tradicionalmente ha hecho con la mujer, cuyo fin es lograr también la esclavitud de su imagen, impuesta por la moda y la publicidad. 

Desde una perspectiva arquetípica, esta sociedad narcisista conecta con una necesidad compulsiva de belleza que se asocia con el poder, el éxito, cuya grandeza ya ostentaban los dioses de la mitología clásica. 

En este sentido, debemos mencionar que hoy, igual que ayer, la virilidad masculina, representada por los torsos musculosos y cuerpos cuasi desnudos presentes en la publicidad. 

Lo anterior se expresa a través de un canon de belleza que la publicidad recoge del arte, donde las historias míticas han sido tema recurrente desde tiempos remotos. 

Así, tal como expone Pérez Gauli (4) en su obra, “las agencias han buscado la inspiración en otras culturas como la griega, donde el cuerpo desnudo tenía una alta significación, sobre todo durante los juegos olímpicos” (Pérez, 2000: 50).
 Este autor señala a su vez la evolución de la representación del hombre en la publicidad donde “en los años 80 y 90 el narcisismo y el voyerismo imperan en la sociedad, el cuerpo atlético es un elemento esencial dentro de un estatus alto. A la gente le gusta mirarse y verse reflejada en los demás”. 

Juan Rey (5), por otra parte, nos habla del hombre bello, quien se convierte también en hombre objeto, como ocurriera con la mujer; de modo que: la aparición del hombre objeto ha supuesto que éste automáticamente adopte y adapte algunas características de su predecesora. 

Una de las cuales, quizás la más importante, sea el hecho de ser bello, porque en publicidad ser bello es condición indispensable para existir, ya que la belleza es sinónimo de éxito profesional, triunfo personal, aceptación social y afán tanto de gustar, como de gustarse. 

La belleza se manifiesta, pues, como una gratificación doblemente narcisista, ya porque el sujeto se complace de parecerse al canon establecido, ya porque tal parecido supone al mismo tiempo una integración en el seno de la sociedad, lo cual a su vez reafirma el sujeto en su imitación. 

Tales gratificaciones evidencian que la idea de belleza no es eterna ni etérea sino que está condicionada por la sociedad y por la moda, ya que hablar de belleza es hablar tanto de un contexto cultural como de un código formal. 

Código que en la sociedad de consumo la publicidad ha potenciado desmesuradamente hasta lograr crear en el consumidor el síndrome de la belleza, que no es otro que ese desmedido afán de parecerse al canon propuesto, aun a costa de arriesgar la propia vida. (Rey, 1994: 190). 

Si cabe, podemos señalar que en los primeros años de este nuevo milenio esta tendencia es aún mayor y el culto a la imagen parece no tener fin: operaciones de estética, la moda de acudir a los estilistas, tratamientos corporales y depilación integral, gimnasios más sofisticados, etc. 

Sin embargo, desde un punto de vista psicológico, el cuidado del cuerpo nunca nos va a conducir a un estado de perfección. 

Lo anteriormente expuesto se convierte en frustración para la mayor parte de la gente, ya que hablamos de ideales que la publicidad muestra pero que muy pocos alcanzan. 

Así fue comprobado, dice Rey (1994), al estudiar veinte spots para una investigación anterior donde se constató que la publicidad es un reflejo de las motivaciones subconscientes de los individuos y se llevó a cabo con un grupo de jóvenes, quienes indicaron que el agrado de los anuncios se relaciona con arquetipos universales y no tienen, sin embargo, relación con sus creencias, valores o expectativas, definidos en los estudios sociológicos. 

________________________________________________________________________ 

(1) Cfr. López Vásquez, Belén, 2005 El hombre atrapado en su imagen. Comunicación Nª3, 2005 (pp.175-186) 
(2) Cfr. Lowen, Alexander (2000): El narcisismo. La enfermedad de nuestro tiempo. Traducción de Matilde Jiménez Alejo. Barcelona, Paidós Ibérica, S.A 
(3) Cfr. Rojas, Enrique (1998): El hombre light. Una vida sin valores. Madrid, Temas de hoy. 19 edición. 
(4) Cfr. Pérez Gauli, Juan Carlos (2000): El cuerpo en venta. Relación entre arte y publicidad. Ediciones Cátedra. Grupo Anaya S.A.Madrid 
(5) Cfr. Rey, Juan (1994): El hombre fingido. La representación de la masculinidad en el discurso publicitario. Madrid, Fundamentos. 


Ana Luisa Muñoz Flores-Chile-30 de Diciembre de 2016

EL SEÑOR ES MI PASTOR: Salmo 23





   
  Imagen: Argentina - Ana Luisa Muñoz Flores


El SEÑOR es mi pastor  Salmo de David. 

1 El SEÑOR es mi pastor, 
nada me faltará. 

2 En lugares de verdes pastos me hace descansar; 
junto a aguas de reposo me conduce. 

3 El restaura mi alma; 
me guía por senderos de justicia 
por amor de su nombre. 

4 Aunque pase por el valle de sombra de muerte, 
no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; 
tu vara y tu cayado me infunden aliento. 

5 Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; 
has ungido mi cabeza con aceite; 
mi copa está rebosando. 

6 Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, 
y en la casa del SEÑOR moraré por largos días. 


Las citas Bíblicas son tomadas de La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, La Habra, Calif, http://www.lockman.org. Usadas con permiso. 




El Salmo 23, "El Señor es mi pastor, nada me falta", es el más comentado por la Tradición y el más asimilado por la piedad popular. Y con razón, porque es un salmo que une a su gran sencillez una enorme altura lírica y espiritual. Ha sido rezado por personas de todas las tradiciones religiosas y por quienes, aun sin profesar credo alguno, alimentan una dimensión espiritual en sus vidas. Los salmos emergen de la vida con sus contradicciones, sus luces y sus sombras. 

El salmo 23, que hunde sus raíces en la vida real, no escapa a esta misma dialéctica. Tiene como telón de fondo un drama: existe un valle tenebroso, un valle de la muerte: hay enemigos: hay persecución... 

Y en ese contexto aparece Dios como pastor y como «hospedero» y nos asegura: «Yo estoy contigo», «nada te falta» y «habitarás en la Casa del Señor por días sin fin». 

Dios toma partido: está de un lado de la contradicción, del lado de quien teme ser perseguido. Por eso podemos vivir tranquilos y confiados. 

Transparente y conmovedor, El Señor es mi pastor nos muestra que el miedo es un reflejo de la condición humana, hecha de esperanzas, desamparo y búsqueda de consuelo. 

En algunos momentos percibimos que no somos señores de nosotros mismos, que estamos a la merced de fuerzas que no podemos controlar. Y nos desesperamos al sentirnos abandonados... hasta que la fuerza de la fe transforma nuestros sentimientos. 

________________________________________________________________________________

LEONARDO BOFF, uno de los artifices de la Teología de la Liberación, es autor de más de setenta libros, de los cuales se han publicado ultimamente en la Editorial Sal Terrae: Tiempo de Transcendencia (2002), Espiritualidad (2002), Fundamentalismo (2003), Experimentar a Dios (2003), Del Iceberg al Arca de Noé (2003), Ética y Moral (2004) y La crisis como oportunidad de crecimiento (2004).






MI CUERPO: UN TEMPLO SAGRADO (parte 3)





Imagen: (estudio) José Luis Toledo Bravo



MI CUERPO: TEMPLO SAGRADO (parte 3)


En muchas culturas, incluida la nuestra, el sector masculino de la población, recibe recompensa social y por consiguiente satisfacción personal, por desarrollar conductas que teóricamente se rechazan. 

La agresividad, el afán de triunfar, el egoísmo de anteponer la propia satisfacción, al bienestar ajeno, son actitudes que están ambiguamente evaluadas en nuestra sociedad. 

Se rechazan totalmente porque son claramente antisociales y de generalizarse impedirían toda convivencia, pero se aceptan e incluso se admiran en la práctica, ya que son estrategias para lograr poder. 

A los sectores con poder se les tolera y glorifica la violencia y la arrogancia. Para los demás, las virtudes recomendadas son la paciencia, la amabilidad, la docilidad y la resignación. 

Durante miles de años, esta distribución de conductas ha tenido género y solo hace unos doscientos años ha comenzado a cuestionarse teóricamente. 

Pero lo que se cuestionó del modelo dual y complementario, fue lo que correspondía, a la mujer, aquello de la docilidad, la obediencia y la dulzura, el don gratuito del tiempo y del trabajo. La generosidad asignada como condición natural. 

Dice Leonardo Boff (1) que entender la existencia humana a partir de la teoría de la complejidad es enriquecedor. Somos seres complejos, vale decir, en los que se da la convergencia de un sinnúmero de factores, materiales, biológicos, energéticos, espirituales, terrenales y cósmicos. 

Poseemos una exterioridad con la cual nos hacemos presentes unos a otros y pertenecemos al universo de los cuerpos. Y tenemos una interioridad, habitada por vigorosas energías positivas y negativas que forman nuestra individualidad psíquica. 

Somos portadores de la dimensión de lo profundo por donde rondan las preguntas más significativas del sentido de nuestro paso por este mundo. Estas dimensiones conviven e interactúan permanentemente influenciándose una a otras y moldean eso que llamamos el ser humano. 

Todo en nosotros tiene que ser cuidado, si no, perdemos el equilibrio de las fuerzas que nos construyen y nos deshumanizamos. Al abordar el tema del cuidado del cuerpo es menester oponerse conscientemente a los dualismos que la cultura persiste en mantener: por un lado el «cuerpo», desvinculado del espíritu y por otro el «espíritu» desmaterializado de su cuerpo. Y así perdemos la unidad de la vida humana. 

La propaganda comercial explota esta dualidad, presentando el cuerpo no como la totalidad de lo humano, sino parcializándolo, sus músculos, sus manos, sus pies, en fin, sus distintas partes. 

Las principales víctimas de esta fragmentación son las mujeres, pues la visión machista se refugió en el mundo mediático del marketing usando partes de la mujer, sus pechos, su sexo y otras partes, para seguir haciendo de la mujer un «objeto» de consumo de hombres y mujeres machistas. Debemos oponernos firmemente a esta deformación cultural. 

También es importante, dice Boff rechazar el «culto al cuerpo» promovido por la infinidad de gimnasios y otras forma de trabajo sobre la dimensión física, como si el hombre/mujer-cuerpo fuese una máquina desposeída de espíritu que busca desarrollos musculares cada vez mayores. 

Con esto no se desconoce de ninguna manera los distintos tipos de ejercicios de gimnasia al servicio de la salud y de una mayor integración cuerpo-mente, los masajes que renuevan el vigor del cuerpo y hacen fluir las energías vitales, en particular las disciplinas orientales como el yoga, que favorece tanto una postura meditativa de la vida, o el incentivo a una alimentación equilibrada, incluyendo también el ayuno, bien como ascesis voluntaria o como forma de armonizar mejor las energías vitales. 

El vestuario merece una consideración especial. No solo tiene una función utilitaria para protegernos de las intemperies. También tiene que ver con el cuidado del cuerpo, pues el vestuario representa un lenguaje, una forma de revelarse en el teatro de la vida. Es importante cuidar de que el vestuario sea expresión de un modo de ser y que muestre el perfil humano y estético de la persona. 

Nada más ridículo y demostrativo de anemia de espíritu que las bellezas construidas a base de botox y de cirugías plásticas innecesarias. 

Sobre este embellecimiento artificial hay montada toda una industria de cosméticos y de prácticas de adelgazamiento en clínicas y que difícilmente sirven a una dimensión más integradora del cuerpo. 

Esto no quiere decir que haya que invalidar los masajes y los cosméticos importantes para la piel y para el embellecimiento de las personas. Pero hay una belleza propia de cada edad, un encanto que nace del trabajo de la vida y del espíritu en la expresión corporal del ser humano. 

No hay photoshop que sustituya la ruda belleza del rostro de un trabajador tallado por la dureza de la vida, los rasgos faciales modelados por la sabiduría. 

La lucha de tantas mujeres trabajadoras en el campo, en las ciudades y en las fábricas dejó en sus cuerpos otro tipo de belleza, frecuentemente con una expresión de gran fuerza y energía. 

Hablan de la vida real y no de la vida artificial y construida. Por el contrario, las fotos trabajadas de los iconos de la belleza convencional, casi todos moldeados por tipos de belleza a la moda, mal disfrazan la artificialidad de la figura y la vanidad frívola que ahí se revela. 

Tales personas son víctimas de una cultura que no cultiva el cuidado propio de cada fase de la vida, con su belleza y luminosidad, y también con las marcas de una vida vivida que dejó estampada en el rostro y en el cuerpo las luchas, los sufrimientos, las superaciones. Tales marcas crean una belleza singular y una luminosidad específica, en vez de fijar a las personas en un tipo de perfil de un pasado ya vivido. 

Cuidamos positivamente del cuerpo regresando a la naturaleza y a la Tierra, de las cuales nos habíamos exiliado hace siglos, con una actitud de sinergia y de comunión con todas las cosas. 

Esto significa establecer una relación de biofilia, de amor y de sensibilización hacia los animales, las flores, las plantas, los climas, los paisajes y la Tierra. 

Cuando nos la muestran desde el espacio exterior –esas preciosas imágenes del globo terrestre trasmitidas por los telescopios o por las naves espaciales–, irrumpe en nosotros un sentido de reverencia, de respeto y de amor por nuestra Gran Madre, de cuyo útero venimos todos. Ella es pequeña, cosmológicamente, pero radiante y llena de vida. 

Tal vez el mayor desafío para el ser humano-cuerpo consiste en lograr un equilibrio entre la autoafirmación sin caer en la arrogancia y el menosprecio de los otros, y la integración en un todo mayor, la familia, la comunidad, el grupo de trabajo y la sociedad, sin dejarse masificar y caer en una adhesión acrítica. 

La búsqueda de este equilibrio no se resuelve de una vez por todas, debe de ser trabajada diariamente, pues se nos pide en cada momento. Hay que encontrar el balance adecuado entre las dos fuerzas que nos pueden desgarrar o integrar. 

El cuidado de nuestro estar-en-el-mundo incluye también nuestra dieta: lo que comemos y bebemos. 

Hacer del comer más que un acto de nutrición, un rito de celebración y de comunión con los otros comensales y con los frutos de la generosidad de la Tierra. 

Saber escoger los productos orgánicos o los menos quimicalizados. De ahí resulta una vida sana que asume el principio de precaución contra eventuales enfermedades que nos pueden sobrevenir por el ambiente degradado. 

De esta manera el ser humano-cuerpo deja transparentar su armonía interior y exterior, como miembro de la gran comunidad de vida. 

_________________________________________________________________________________ 

(1)Cfr.Boff, Leonardo, 2013. Cuidado del Cuerpo, versus culto del Cuerpo

http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=606

MI CUERPO UN TEMPLO SAGRADO (parte 2)









Libro: Ana Luisa Muñoz Flores - Mi cuerpo: un templo sagrado

19 ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; 20 fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. 1 Corintios 6:19-20 



Nuestro cuerpo fue creado a imagen de Dios-Diosa, según la Biblia. Es un regalo de la vida que nos permite experimentarla y seguir perfeccionándonos cada vez más e ir adquiriendo la forma divina. 

Ese conocimiento influye en la forma en que tratamos nuestro cuerpo y cómo sentimos a Dios-Diosa en nuestro corazón. Cuando tratamos nuestro cuerpo como un templo de Dios-Diosa, obtenemos bienestar físico, espiritual y emocional. 

Sin embargo, al escudriñar las escrituras nos encontramos con un Dios androcéntrico y masculinizado. 

Lo anterior dejaba sin modelos de identificación positivos y con una serie de estereotipos desvalorizadores, desde los relatos de orígenes hasta la culpa atribuida en la caída, que legitimaban la exclusión del magisterio de la iglesia y un trato discriminador. 

Dolores Juliano (1), dice que a partir de las décadas de los sesenta las mujeres reclamaron su derecho a leer e interpretar las escrituras por ellas mismas. 

Especialmente la segunda ola de feminismo cristiano coincidente con el 2º Concilio Vaticano, reivindicó el sacerdocio femenino, como una puerta a interpretaciones menos misóginas de los textos sagrados (2) (Mollenkot, 1990). Estas reivindicaciones eran muy necesarias y urgentes. 

Los sistemas religiosos cumplen, además de sus funciones espirituales, un conjunto de funciones sociales. En la medida en que se derivan al campo de lo religioso los fenómenos y cuestiones que no son susceptibles de comprobación empírica, en la medida en que las verdades religiosas no son aptas para corroborarse, son un campo ideal para que se manifiesten en ellas las experiencias sociales, de las que si tenemos experiencias directas (3) (Durkheim, 1968). 

Así tendemos a imaginar aquello que no conocemos de acuerdo a los modelos que nos son familiares y por consiguiente nos hacemos una idea de Dios y de lo sagrado que se ajusta a las características de la sociedad de los fieles. 

La herramienta cognoscitiva de la religión es la fe y no la experiencia, pero se nutre de los datos realmente vividos, que se transforman en su modelo. 

De este modo, cada sociedad imaginará a los seres sagrados atribuyéndoles las características que tengan más prestigio en su propia comunidad. Asignar a un ser, que por definición sería “espíritu puro” características de sexo, edad y raza, no nos dice mucho sobre el ser sagrado, pero nos habla de las sociedades que lo imaginaron así. 

Siguiendo a Dolores Juliano (Óp. Citada), dice que las tres religiones monoteístas que surgieron de un tronco común: judaísmo, cristianismo e islamismo, masculinizaron y racializaron la imagen de Dios y generaron un imaginario según el cual se lo representa (o se habla de él) como si fuera un hombre anciano. 

Esto significa que las sociedades en las que se produjeron inicialmente estas imágenes eran androcéntricas y sólo podían imaginar el poder y la sabiduría encarnados en representaciones masculinas. No era la única opción posible. 

Muchos otros sistemas religiosos del viejo y el nuevo mundo optaron por invocaciones más matizadas, que veían la perfección como el resultado de la unión de los contrarios. 

El yin y el yang del taoísmo que representa el “diagrama del último supremo”, tiene algunos puntos en común con las invocaciones a dios de algunos pueblos indoamericanos, como los mapuches, que invocan a Güeneken como anciana y anciano, muchacha y muchacho del cielo, para resaltar que la perfección incluye la experiencia de la vejez y la fuerza de la juventud. 

También han existido sistemas religiosos feminizados, como los estudiados por Starr Sered (4), estos se centran en relaciones interpersonales, no tienen un ser supremo único y omnipotente sino una multiplicidad de seres (imaginados como mujeres, hombres o andróginos) no suelen organizarse alrededor de una central autoridad, ni tener dogmas o doctrinas escritas. No imponen a sus miembros el cumplimiento exclusivo de un conjunto específico de doctrinas. 

Son a menudo internamente eclécticas y absorben fácilmente nuevas ideas o deidades. 

Escribe Dolores Juliano, que el monoteísmo cristiano desechó tradiciones de ese tipo, incluso las que formaban parte de la propia cultura y masculinizó por completo la imagen de Dios, que en la tradición más antigua se representaba con la estrella de David. 

Unía el triángulo apoyado sobre su base (representación simbólica de la montaña, el fuego y la masculinidad) con el triángulo apoyado sobre su vértice, que representaba el agua y la feminidad. En el cristianismo sólo quedó el triángulo masculino, transformado en símbolo de la Santa Trinidad, completamente depurada de sus componentes femeninos. 

Nuestro cuerpo es sumamente importante, no solo porque nos permite caminar, comer, ver, tocar, sino también porque es nuestra principal herramienta de comunicación. A través del cuerpo nos relacionamos, conocemos el mundo y a nosotros mismos. No se debe pensar que el cuerpo es solo una estructura biológica, porque éste se encuentra cargado de sentimientos, significados y experiencias. 

Por eso, cuando nos miramos en el espejo, vemos más que una masa de carne y hueso, para mirar cómo somos y cuáles son nuestras capacidades. Durante la adolescencia, los cambios que experimentamos en el cuerpo, así como la forma en que enfrentamos y vivimos dichas transformaciones, afectan la percepción que tenemos de nuestro cuerpo, o sea la imagen corporal. 

Esta imagen se compone de dos aspectos: el cognitivo y el subjetivo. El primero tiene que ver con la información que manejamos, tanto de la anatomía como de los cambios físicos vividos. Lo subjetivo se relaciona con las valoraciones, juicios y sentimientos que tenemos sobre nuestro cuerpo. De esta forma, la imagen corporal se relaciona directamente con la autoestima (el aprecio que se siente por uno-a mismo-a). 

También la imagen corporal se ve afectada por las demandas y exigencias sociales que se construyen sobre el cuerpo. Los ideales de belleza y delgadez pueden generar sentimientos de insatisfacción, incomodidad y rechazo del propio cuerpo por no poder cumplir con estos prototipos. 

Otro elemento que afecta la percepción que tenemos de nuestro cuerpo, es que, a lo largo del tiempo, se nos han enseñado diferentes formas de entender y de relacionarnos con el cuerpo. La familia, la escuela, la religión, la política, la ciencia y los medios de comunicación social nos ofrecen distintas maneras de ver el cuerpo, de vivirlo y disfrutarlo. 

Algunos de estos discursos o mensajes se centran en su funcionamiento biológico, otros le brindan mayor importancia a unas partes que a otras, y hasta se le ha considerado como un objeto para vender. También existen mensajes que fomentan la creencia de que hay partes del cuerpo “buenas” y otras partes “malas”, generalmente los genitales. 

Estas ideas no se transmiten tan directamente, sino que se valen de otros mecanismos más sutiles, como ponerle apodos al pene o a la vagina, o prohibir que los niños o las niñas se toquen “ahí” porque “está muy feo”. 

Estas formas determinan el significado y valor que tiene el cuerpo para cada persona. Si recordamos que para vivir la sexualidad plenamente se debe conocer, aceptar y valorar el propio cuerpo, así como el de las demás personas, es muy importante que tener claro cuáles han sido los mensajes, exigencias y prohibiciones que sobre éste ha recibido a lo largo de la vida. 

La posibilidad de hablar con naturalidad sobre el cuerpo y los cambios que se experimentan, así como sobre todo aquello que sentimos, abre el camino para aprender a querer más nuestro cuerpo y por supuesto cuidarlo. Esto es indispensable para vivir la sexualidad de una forma sana, placentera y responsable. 

El cuidado del cuerpo y de la mente son cada vez más imprescindibles si realmente queremos disfrutar plenamente de buena salud a todos los niveles, por eso es necesario el cuidado del cuerpo, porque en este mundo de prisas en el que estamos inmersos hemos de parar y "tomar consciencia de nuestro cuerpo y de nuestra mente", si queremos estar lo más sanos posible. Cuidar nuestro cuerpo es aportar equilibrio a todos los aspectos que afectan a nuestro equilibrio físico y emocional. 

El ser humano supone una experiencia corporal y anímica, única para cada persona. Desde el punto de vista físico no hay nadie igual a otro. Cada uno de nosotros posee su propia historia, que es única, y la realización de esta historia entrará en relación directa con el hecho de si hemos elegido el sendero con el corazón. Venimos al mundo con una personalidad determinada: nuestra manera de ser innata se advierte ya en la infancia. 

Si somos seres espirituales que seguimos un camino humano, las respuestas a las preguntas que conforman el viaje no proceden del exterior, ya que la sabiduría se encuentra en nuestro interior. 

La senda exterior que tomamos es el conocimiento público, pero el camino del corazón es interior. Los dos se unen, sin embargo, cuando la persona que somos y que dejamos ver en el mundo coincide con quien somos en lo más profundo de nuestro ser. 

A medida que nos volvemos más sabias o sabios, somos más conscientes de que las encrucijadas importantes del camino, en general, no se basan en elecciones que aparecerán recogidas en los anales públicos; son decisiones y luchas que tienen más que ver con haber elegido el amor o el miedo, la rabia o el perdón, el orgullo o la humildad. Son elecciones que modelan el alma.(5) 

______________________________________________________________ 

(1) Cfr. Juliano, Dolores Religiosidad y feminismo 

(2) Mollenkot, Virginia. 1990. Dieu au féminin. Canadá: Centurion. Paulines. 
(3) Cfr. Durkheim, Emile. 1968. Las formas elementales de la vida religiosa. Buenos Aires: Schapire. 
(4) Cfr. Starr Sered, Susan. 1994. Priestess, mother, sacred sister. Religions dominated by woman. Oxford and New York Press 
(5) Extracto GÉNERO, HUMANIDAD Y ESPIRITUALIDAD

Ana Luisa Muñoz Flores-Chile-24 de Diciembre de 2016
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...